Santiago de Cuba se encuentra sumida en la penumbra, donde apenas unas luces dispersas rompen el silencio de apagones que se han vuelto rutina y castigo. La ciudad habla con su propia voz: sombras, calles vacías y un pueblo que ha aprendido, a la fuerza, a vivir entre la oscuridad.
Mientras tanto, en La Habana, la gente ha dejado el miedo en casa. Tras horas sin electricidad, los residentes salieron a las calles a protestar abiertamente por lo básico: luz, dignidad y una vida que valga la pena. No hubo rodeos ni medias tintas: “¡No queremos comunismo!” se escuchó con fuerza.
Un gesto que conmueve llegó desde la Iglesia La Milagrosa, en 10 de Octubre: sus campanas sonaron acompañando el clamor del pueblo, un pequeño acto de solidaridad con quienes llevan años olvidados y afectados por la negligencia del régimen.
Mientras La Habana toma aire y voz, Santiago sigue preguntándose: ¿hasta cuándo? Décadas de paciencia forzada, de resignación, de promesas vacías. Décadas sobreviviendo entre apagones, colas interminables, hambre, miedo y silencio.
Hoy, más que nunca, la pregunta es clara: ¿seguir en la oscuridad impuesta por un sistema que nos roba hasta la esperanza o encender la luz de la verdad y del cambio?.
El límite se siente cerca. Y quizás, solo quizás, este apagón que paraliza ciudades y enciende conciencias sea la señal de que el pueblo cubano ya está listo para decir basta.







