Tener electricidad ahora mismo en Cuba es un lujo y vivir en un «circuito priorizado» eleva el precio de una casa al momento de venderla

Redacción

Para la mayoría del mundo, la electricidad es algo normal, casi invisible en la rutina diaria. No es un lujo, ni un símbolo de estatus como tener un carro nuevo o una casa cómoda. Para el cubano promedio de hoy, contar con luz en su hogar es un privilegio escaso, un lujo que desaparece con cada apagón que impone la incapacidad del régimen castrista.

El deterioro del nivel de vida en Cuba es evidente: los ciudadanos conviven con la incertidumbre de que, en cualquier momento, la corriente desaparezca. Cada apagón altera su día, interrumpe programas de radio y televisión, y cuando llega de noche o madrugada, se suma la lucha contra los mosquitos que no entienden de crisis ni de horarios.

Cuando finalmente regresa la electricidad, hay que correr. Recargar el teléfono, cargar lámparas, poner a trabajar la lavadora, cocinar si dependes de una olla eléctrica… todo antes de que el próximo corte llegue a imponer otra espera interminable. Pero los apagones no solo afectan la rutina: también golpean el suministro de agua potable, ya que muchas bombas dependen de la electricidad. Llenar cisternas significa recurrir a carros pipas privados que cobran entre 3.000 y 5.000 pesos, mientras que los camiones estatales brillan por su ausencia.

Los funcionarios del Ministerio de Energía y Minas y de la Empresa Eléctrica ya no encuentran excusas. Si hay combustible, fallan las termoeléctricas. Si no hay combustible, se queda todo parado. La generación eléctrica es un desastre constante, imposible de cubrir.

Mientras tanto, la población está harta de los discursos oficialistas y las promesas de “mejoras” cada vez que algún jerarca viaja al extranjero. ¿Qué pasó con las ayudas de Venezuela, China, Rusia o Vietnam? ¿Y las famosas patanas turcas de Erdogan? Todo sigue sin llegar a los hogares que sufren apagones de más de 12 horas.

El futuro luce sombrío. Si la crisis actual ya afecta en invierno, cuando la demanda eléctrica es baja, el verano promete ser un infierno: altas temperaturas, más consumo y apagones más prolongados. Incluso los actores económicos privados, que han suplido las carencias estatales, podrían verse obligados a cerrar por falta de electricidad, afectando aún más a la población.

En Cuba, la luz dejó de ser un derecho cotidiano para convertirse en un lujo precario, y la única certeza es que cada apagón es un recordatorio de la incapacidad y corrupción del régimen. Mientras tanto, los cubanos siguen buscando maneras de sobrevivir, a la espera de que algún día la electricidad vuelva a ser un servicio normal y no un privilegio escaso.

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