La Habana volvió a partirse en dos la noche del martes. Mientras varios barrios ardían en protestas por los apagones interminables y el régimen apagaba el internet para que nadie mostrara la realidad, en plena esquina de 23 y 12, en el Vedado, el gobierno montaba su fiesta como si Cuba fuera un país normal.
La empresa estatal MAMBO-Cuba celebraba en Facebook la proyección del filme paraguayo 7 cajas, hablando de ambiente festivo y cultura en el marco del Festival de Cine Latinoamericano. Una postal perfecta… siempre que uno ignore que, a pocos kilómetros, miles de habaneros golpeaban cazuelas a oscuras y con el teléfono mudo por la censura.
La ironía se volvió más grotesca este martes, cuando La Habana amaneció con sus seis bloques eléctricos apagados, un apagón masivo que confirmó lo que todos temían: el sistema está colapsado y el régimen no tiene cómo sostener ni su propia fachada luminosa.
La crisis eléctrica en la capital ya no admite maquillaje. Familias enteras pasan horas sin corriente, sin agua, sin poder dormir con el calor insoportable y sin posibilidad de trabajar. La incertidumbre energética se convirtió en rutina, y la desesperación crece a cada apagón.
El lunes por la noche, los apagones de más de diez horas encendieron protestas en municipios como Diez de Octubre, Cerro, Marianao y Centro Habana. Hubo gritos, cacerolazos, calles bloqueadas y una idea que volvió a ganar fuerza: la gente está perdiendo el miedo. La respuesta del régimen fue la misma de siempre, tan predecible como torpe: internet cortado, patrullas reforzadas y operativos para impedir cualquier transmisión que mostrara la verdad.
La prensa oficial miró hacia otro lado. En lugar de reconocer la crisis, el Estado se empeñó en empujar actividades culturales en zonas privilegiadas de la capital, como si un proyector gigante pudiera tapar la oscuridad de un país entero.
La Empresa Eléctrica terminó por confirmar la magnitud del desastre: los seis bloques de La Habana afectados al mismo tiempo, más de 277 MW de déficit y ni un solo rincón libre del racionamiento. Una situación extrema incluso para los estándares actuales, donde el apagón ya es parte del vocabulario diario.
En medio de ese caos, la imagen de 23 y 12 iluminada y celebrando, mientras el resto de la ciudad lidia con comida a punto de echarse a perder, niños sin dormir y adultos frenados en su día a día, se ha convertido en un símbolo brutal del divorcio entre la vida real y la propaganda oficial.
La Habana está a oscuras, pero la pantalla del régimen sigue encendida. Y cada vez menos gente está dispuesta a seguir la película.










