El régimen cubano insiste en reciclar la misma idea gastada para enfrentar el desastre habitacional: convertir contenedores marítimos en “casas”. Esta vez el impulso viene directo del primer ministro Manuel Marrero Cruz, que pidió acelerar el plan en Granma como si estuviera hablando de montar dos kioscos, no de resolver una crisis que tiene a miles viviendo entre ruinas.
La orden apareció en el diario oficial Granma, justo cuando la realidad nacional es un catálogo de derrumbes, hacinamiento y refugios eternos disfrazados de “soluciones temporales”. Nada nuevo: el Gobierno sigue dándole vueltas al problema sin tocar la raíz, ese deterioro acumulado durante décadas de mala gestión.
En Jiguaní ya levantan cinco viviendas hechas con contenedores. Dicen que tendrán sala, cocina-comedor, baño y dos cuartos. Suena bonito en el papel, pero cualquiera que haya entrado a uno de esos cajones metálicos sabe que, bajo el sol cubano, eso es un horno. Y un horno donde pretenden meter familias completas, incluyendo madres con varios hijos y trabajadores “esenciales”.
Las autoridades defienden la “cargotectura” como si hubieran inventado la rueda. Hablan de rapidez, sostenibilidad y economía circular, pero no mencionan estándares, controles ni fechas reales de entrega. Mucho menos explican cómo van a lograr el aislamiento térmico que estas estructuras requieren para no convertir a la gente en pollo asado en agosto.
La obsesión con los contenedores llega justo cuando el país se hunde en una crisis habitacional que ya no se puede maquillar. En Santiago de Cuba, donde el huracán Melissa terminó de rematar más de 137,000 viviendas, la carrera improvisada por habilitar módulos metálicos se ha convertido en otro capítulo del caos. Ni Díaz-Canel, en su visita del 5 de diciembre, pudo presentar un plan concreto. Apenas reconoció que la demanda supera cualquier capacidad existente. Eso lo sabe hasta el gato.
Mientras tanto, las redes hierven con el rechazo. En Holguín, un artículo del periódico Ahora llamó “viviendas dignas” a estos contenedores, y la gente se le fue arriba sin contemplación. Madres diciendo que eso es “cocinar viva a una persona”, ingenieros advirtiendo que sin buen aislamiento se convierten en “hornos solares” que ni aguantan huracanes ni resisten inundaciones. Y la comparación con otros países no sirve: afuera sí existen casas hechas con contenedores, pero cumplen normas estrictas que en Cuba ni mencionan.
Para colmo, hace unas semanas el propio Gobierno admitió que el programa de viviendas con contenedores ha sido un fracaso. Lo dijeron después de haber liberado más de 1,700 unidades y de avanzar a paso de tortuga. Pero en vez de replantear la estrategia, insisten en profundizar el mismo error.
La verdad es simple: usar contenedores como viviendas permanentes demuestra que no existe un plan real para resolver la crisis. Solo parches, remiendos y medidas desesperadas para un problema que exige inversión, infraestructura y voluntad política. Nada de eso aparece en el horizonte.










