En pleno país del hambre, mientras la gente se faja por un paquete de pollo o un par de plátanos, una plantación estatal de mangos en el centro de Cuba se pierde entre la maleza, el abandono y la desidia de siempre. Es la postal perfecta del desastre económico que el régimen insiste en llamar “modelo socialista”.
La denuncia salió a la luz gracias al proyecto independiente Food Monitor Program, que mostró en su cuenta de X cómo una finca que antes era orgullo agrícola hoy es un cementerio de frutas podridas. Nada sorprendente en un país donde el Estado toca la tierra y la tierra se muere.
Según FMP, la historia es la misma de siempre: no hay abono, no hay combustible, no hay manos para trabajar. Resultado: los mangos no se recogieron y ahora se pudren a pocos kilómetros de comunidades que viven con la incertidumbre diaria de qué van a comer. Mientras tanto, el precio del mango en los mercados se dispara como si fuera un lujo importado de Japón.
La organización advirtió que este año se perdieron decenas de toneladas que nunca llegaron al plato de nadie. El Estado no recoge, no procesa, no vende… pero sí impide que otros produzcan. Así de absurda es la ecuación.
Son las familias de la zona las que terminan recogiendo lo que el Gobierno deja perder. Es el clásico “resolver” cubano aplicado a la agricultura: sin planificación, sin apoyo y sin una pizca de vergüenza oficial.
FMP recordó que lo que podría ser una cadena productiva capaz de abastecer mercados, escuelas y hospitales se ha convertido en un “sálvese quien pueda” marcado por la desorganización y la triste dependencia del visto bueno estatal. Lo más irónico es que las tierras improductivas siguen bajo control del Gobierno, que prefiere tenerlas llenas de marabú antes que entregarlas a quien realmente quiera trabajar.
El abandono no solo afecta a la cosecha de hoy. Afecta el futuro. Los árboles envejecen sin podas ni injertos, el marabú avanza como si fuera dueño y señor, y la tierra pierde su capacidad de producir. El mango, una de las frutas más cubanas que existen, termina podrido en el suelo mientras la gente pasa hambre. Y el régimen sigue como si nada, paralizado en su propia burocracia eterna.
En un país donde Miguel Díaz-Canel prioriza el control político por encima de cualquier lógica económica, no sorprende que millones de cubanos vivan entre la escasez, la inflación y los apagones. La denuncia de Food Monitor Program no es un caso aislado. Es la radiografía completa del fracaso estatal.
Para colmo, ni siquiera es solo el mango. Un campesino en Artemisa contó que nadie quiso comprarle su producción de calabaza. Desesperado, terminó preguntándole públicamente a Díaz-Canel qué debía hacer con sus cosechas. La respuesta oficial nunca llegó, como tampoco llegará la comida a la mesa del cubano promedio mientras el régimen siga empeñado en dirigir la agricultura desde oficinas con aire acondicionado.










