La Unión Eléctrica acaba de admitir lo que todo el mundo sabe: el sistema eléctrico nacional está en terapia intensiva. Más de 1,000 MW de afectación, varias termoeléctricas apagadas y un país entero reducido a velas, improvisación y calor infernal. Pero en vez de asumir su responsabilidad, el régimen volvió a la misma muela de siempre: la culpa es del “bloqueo”.
Según la UNE, las sanciones financieras externas son la razón de que no haya combustible, no haya mantenimiento y no haya modernización. Una explicación tan gastada como las plantas que siguen exprimiendo desde los años 70. Y para rematar, sueltan la frase mágica: “Sin fin del bloqueo financiero, no habrá estabilidad energética permanente”. La vieja jugada para culpar a Washington mientras La Habana se lava las manos.
Pero el pueblo no se traga ese cuento. Quien sufre apagones de 20 horas diarias sabe perfectamente que la crisis eléctrica no nació con el embargo, sino con décadas de abandono, mala planificación y corrupción estatal. Las termoeléctricas revientan porque llevan media vida parcheadas, trabajando a golpes y sin inversión real. No por falta de amor imperialista.
Cuba comercia con medio mundo, incluyendo a Rusia y China, que tienen tecnología de sobra para modernizar cualquier sistema. Pero el régimen prefiere gastar millones en hoteles vacíos, marinas de lujo y campañas de propaganda, mientras deja morir la infraestructura que mantiene encendido el país. Luego se sorprenden cuando la gente los culpa por vivir en la oscuridad.
La UNE intenta pintar cada apagón como un acto de resistencia épica contra el imperialismo. Pero la verdad es más sencilla: el castrismo puso la represión y los hoteles por encima de la energía. Y el resultado es este país a media máquina, lleno de cables pelados, plantas que no arrancan y familias que sobreviven entre calor, mosquitos y desesperación.
Cada año anuncian parques solares que no llegan, baterías que nunca aparecen y “proyectos estratégicos” que no pasan del papel. La supuesta “resistencia creativa” se reduce a inventos domésticos que solo funcionan para los que reciben dólares de afuera. El cubano de a pie lo único que ve es la oscuridad.
Después de más de seis décadas de “bloqueo”, el sistema eléctrico cubano sigue igual de enfermo porque el problema nunca ha estado en Washington. El problema está en el modelo que gobierna La Habana, ese que ha convertido los apagones en costumbre y la penumbra en política de Estado.
La luz que necesita Cuba no depende de una turbina nueva. Depende de apagar, de una vez, el sistema que lleva 65 años dejando al país a oscuras.










