Régimen revela que hay 9 niños en estado crítico en estos momentos por el «virus» y otros 62 adultos en la misma condición

Redacción

EFE/Cristaldo Benítez

La crisis sanitaria en Cuba está alcanzando niveles que ya resultan imposibles de maquillar, aunque el Ministerio de Salud Pública siga aferrado a su guion optimista. Este martes, en la televisión nacional, la viceministra Carilda Peña García intentó transmitir la idea de que la situación está “encaminada”, pero sus propias cifras contradijeron cada una de sus palabras.

La funcionaria reconoció que nueve menores siguen en estado crítico por arbovirosis, principalmente chikungunya y dengue, en un país donde los hospitales ya no aguantan más, faltan insumos por todos lados y el número de enfermos crece como la espuma. Aun así, Peña habló de “evolución positiva”, a pesar de que 71 personas permanecen graves o críticas, entre ellas los nueve niños afectados.

Según ella, los menores están “críticos estables” y “sin peligro para la vida”. Pero sostener semejante afirmación en un sistema colapsado, donde falta desde una simple jeringuilla hasta un antibiótico, suena más a propaganda que a ciencia. Médicos y familiares llevan meses denunciando la precariedad y la falta de recursos que hace imposible ofrecer un pronóstico serio.

Peña informó además que el lunes atendieron a 2,069 pacientes con síndrome febril, mil menos que el día anterior. Pero la reducción no parece producto de una mejora epidemiológica, sino de algo mucho más preocupante: el sistema de salud no puede recibir más enfermos. Cada día crece la práctica del ingreso domiciliario, una estrategia improvisada que solo maquilla la saturación hospitalaria y deja a miles de pacientes en manos del azar.

Aunque la viceministra insistió en que Cuba podría estar entrando en una “fase de control”, lo cierto es que sus propios números desmienten esa ilusión. En la última jornada se reportaron 324 nuevos casos sospechosos de chikungunya, con picos en Cienfuegos, Pinar del Río, Santiago de Cuba, Ciego de Ávila y Granma. El país acumula 42,339 casos reportados, pero apenas 1,462 confirmados por PCR. Esa diferencia abismal muestra las limitaciones del sistema para diagnosticar, desde laboratorios sin reactivos hasta centros de salud que solo pueden hacer “diagnóstico clínico” porque simplemente no tienen con qué confirmar nada.

En medio de este caos, la funcionaria admitió que se han registrado ocho defunciones en menores de edad, un reconocimiento tardío tras semanas de versiones contradictorias y silencios oficiales. Pero incluso esas cifras son cuestionadas por la población y por el propio personal médico, que señala muertes que no aparecen en ningún parte y barrios enteros donde no se fumiga desde hace meses.

Mientras el país se sumerge en esta emergencia, la dirección del MINSAP opta por culpar al ciudadano de a pie. Peña volvió a repetir el mantra del “autofocal” y pidió denunciar fallas en la fumigación, sin mencionar la realidad que conocen sus propios operarios: no hay insecticida, no hay combustible y no hay personal, porque la mayor parte de los técnicos se han ido del país o trabajan en condiciones deplorables.

La epidemia golpea a Cuba en el peor momento posible, cuando los hospitales se caen a pedazos y ya ni siquiera pueden garantizar agua potable en las salas. Faltan antibióticos, faltan analgésicos, faltan camas, faltan reactivos y faltan médicos, porque miles han emigrado. En muchos policlínicos no se hacen pruebas, y las familias terminan tratando la fiebre como pueden, con lo que aparezca, porque el Estado no tiene nada que ofrecer.

Todo esto ocurre después de meses de negligencia institucional. Campañas antivectoriales que nunca arrancaron, zonas enteras abandonadas, ausencia total de estrategias para enfrentar brotes que ya se veían venir desde mitad de año. La respuesta oficial ha sido lenta, opaca y marcada por un silencio que ha costado vidas.

Desde octubre, el MINSAP ha ido aceptando a cuentagotas las muertes por dengue y chikungunya: primero tres, luego 33, ahora 44. Cada actualización abre más brechas entre los reportes oficiales y la realidad que vive la gente. Lo que ocurre en los barrios es mucho peor de lo que muestran las cifras del Gobierno.

La epidemia sigue avanzando, golpea especialmente a los niños y a las embarazadas, y desnuda de manera brutal la mentira más repetida por el régimen durante décadas: ese supuesto “sistema de salud ejemplar” que hoy apenas puede sostenerse sobre las ruinas de sí mismo.

Las declaraciones de Peña, lejos de tranquilizar, confirman lo que el país lleva semanas gritando: Cuba atraviesa una crisis sanitaria fuera de control, mientras el Gobierno intenta tapar el sol con un dedo y abandona a su gente a su suerte.

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