Vecinos de La Habana estallan contra los “intocables” de la Empresa Eléctrica: denuncian privilegios, corrupción y apagones selectivos

Redacción

La Habana anda encendida, pero no precisamente por la energía eléctrica. Vecinos de varios municipios están tirando la toalla y denunciando a viva voz las irregularidades escandalosas en la distribución del servicio eléctrico, justo cuando el país se hunde en otro ciclo de apagones por falta de combustible, aceite y hasta de vergüenza gubernamental.

En medio de este caos energético que asfixia a la población, los ciudadanos aseguran que hay cuadras completas donde la luz nunca se va, como si vivieran en una Cuba paralela. Mientras tanto, a pocas calles de distancia, familias enteras pasan diez o más horas sin corriente, lidiando con calor, mosquitos y la comida derritiéndose en el refrigerador.

Lo que más molesta, según cuentan, es que estas zonas “protegidas” no son precisamente hospitales ni instalaciones estratégicas, sino asentamientos conectados por tendederas improvisadas por linieros que cobran por debajo de la mesa. Vecinos aseguran que esas áreas ni siquiera están registradas oficialmente y, aun así, viven sin apagones. Ni pagan servicio ni sufren cortes. Un lujo reservado solo para quienes tienen el dinero o los contactos correctos.

El asunto huele tan mal que muchos creen que no se trata de negligencia, sino de complicidad. La Empresa Eléctrica, lejos de investigar, parece mirar hacia otro lado con una calma que irrita más que el propio apagón.

A eso se suma que, según denuncias locales, hay circuitos que por razones “misteriosas” se mantienen encendidos las 24 horas. La calle, que nunca se queda callada, comenta que hay negocios privados con buenos padrinos que habrían asegurado corriente permanente para no perder mercancías refrigeradas. En un país donde hasta el hielo es un lujo, estas historias solo avivan la indignación.

Para los cubanos que sí cargan con el apagón diario, la situación es simplemente insoportable. Madres con niños sudando en los balcones, ancianos sin ventilación, trabajadores que no pueden dormir antes de sus jornadas… y todo mientras observan cómo algunos sectores viven como si Cuba no estuviera en crisis.

Una habanera afectada lo soltó sin rodeos: “Esto no es justo. Así no puede vivir un país. Esta no es la nación que prometieron, ni por asomo”. Y su frase resume el sentir colectivo.

Porque mientras la propaganda oficial sigue repitiendo sus palabras de siempre —resistencia, creatividad, esperanza, reordenamiento—, la realidad de la calle muestra otra cosa: un país fracturado, donde la igualdad prometida se derrite igual que los alimentos sin refrigeración.

En Cuba hoy la luz no solo falta: también se reparte por amiguismo, corrupción y silencio institucional. Y La Habana, cansada y sudada, ya no se queda quieta ante esa oscuridad selectiva.

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