La Plaza de la Revolución de La Habana, ese altar gigante del poder político cubano donde el régimen se toma tan en serio a sí mismo, amaneció este miércoles con un nombre que debió caerle como bofetada al oficialismo: “Plaza Díaz-Canel Singao”, según aparecía en Google Maps durante varias horas.
El cambio, visible para cualquiera que abriera la aplicación, fue una travesura digital con sabor a protesta directa contra la cúpula que controla el país y, sobre todo, contra la figura de Miguel Díaz-Canel, convertido ya en sinónimo del desastre nacional. Rebautizar así uno de los espacios más sagrados para el discurso propagandístico es un mensaje claro: la gente está cansada… y cuando no puede gritar en la calle, grita en internet.
Google, como siempre, permite que los usuarios propongan cambios en los nombres de lugares, pero esas ediciones pasan por un proceso de revisión que no es inmediato. Eso provoca que, de vez en cuando, un renombramiento irreverente se cuele por unas horas antes de que los moderadores lo corrijan o que algún defensor del régimen lo reporte corriendo, con la misma desesperación con la que cuidan cualquier pedacito de “símbolo patrio”.
Es casi seguro que la plataforma elimine pronto el nombre ofensivo y devuelva el rótulo original, porque sus reglas castigan contenido considerado inapropiado o político. Incluso pueden suspender al usuario que lo cambió, aunque en este caso probablemente quien lo hizo duerme tranquilo con la satisfacción del deber cumplido.
Lo cierto es que este tipo de acciones no es nuevo en Cuba. En los últimos años, varios espacios públicos han aparecido con nombres burlones o abiertamente críticos hacia dirigentes del régimen. La gente lo hace porque en la vida real criticar al poder sigue siendo un lujo peligroso, y entonces internet se convierte en el único lugar donde se puede respirar un poquito de libertad.
En 2021, activistas dentro y fuera de la Isla lograron que la misma plaza apareciera temporalmente como “Plaza de la Libertad”, un gesto que levantó entusiasmo entre muchos cubanos que llevaban rato sintiéndose asfixiados. No duró mucho, claro, pero dejó claro lo que tantas veces ha demostrado la realidad: el cubano protesta como puede, donde puede y con las herramientas que tenga a mano.
Por eso, aunque estos cambios duren apenas unas horas, son una pequeña grieta simbólica en la fachada de control estatal. Porque hasta un simple mapa digital puede recordarle al régimen algo que nunca ha logrado borrar: la gente sigue encontrando maneras de decir lo que piensa, por más que intenten silenciarla.










