Los vecinos de Santiago de Cuba volvieron a alzar la voz, esta vez para destapar un descarado entramado de corrupción dentro de la terminal de ómnibus y ferrocarriles, donde viajar hacia La Habana se ha convertido en un lujo reservado para quienes puedan soltar 6,000 pesos cubanos por un simple pasaje. Lo que debería ser un servicio público se ha transformado en otro negocio sucio protegido por el aparato estatal.
Las denuncias apuntan directamente a la administración de reservaciones, que estaría vendiendo los boletos por debajo del tapete a buqueques y revendedores. Son ellos quienes se plantan en las colas cada día, compran los tickets y los ponen después a precios que ningún cubano de a pie puede pagar. Un esquema tan descarado que ya nadie se molesta en ocultarlo.
Pero lo que realmente prende las alarmas es la supuesta participación de la Policía en todo este basurero. Según los testimonios, los agentes estarían fabricando certificados falsos vinculados al carné de identidad para que los “clientes” del negocio puedan abordar guaguas y trenes sin enseñar el documento verdadero. Un servicio VIP para los que participan en la estafa, mientras el pueblo sigue sudando bajo el sol y durmiendo en las colas para no quedarse varado.
Los vecinos señalan que el esquema incluye a policías, administradores de ferrocarriles y ómnibus, y al mismísimo departamento de reservaciones. Todo un combo institucional dedicado a revender, sobresaturar y manipular los pasajes según su conveniencia, inflando precios a niveles absurdos en un país donde la miseria ya es el pan nuestro de cada día.
En Santiago, este negocio turbio no es secreto para nadie. “Todo el mundo sabe lo que pasa ahí adentro”, repiten los denunciantes, cansados de ver cómo los jefes miran para otro lado mientras los ciudadanos quedan indefensos ante un abuso institucional que se repite todos los santos días. Viajar dentro del país se ha convertido en otro infierno más cortesía del régimen.







