La historia de Dainary no debería existir, pero en Cuba se repite con demasiada frecuencia. La niña vive sola con su papá en un sitio conocido como la Cueva de la Virgen, en la ciudad de Sancti Spíritus, un entorno marcado por la precariedad, la vulnerabilidad y el abandono total. La denuncia fue compartida desde la página de Facebook El Héroe, y desde entonces ha estremecido a quienes todavía se permiten mirar de frente la realidad.
Dainary fue dejada desde muy pequeña en brazos de su padre. Su madre se fue. Pero el foco de esta historia no está en la ausencia materna, sino en lo que vino después: un país que tampoco apareció. El padre, Octavio, conocido por todos como Tabito, asumió solo la crianza desde que la niña era casi una bebé. Sin ayuda estatal, sin respaldo social, sin condiciones mínimas.
Tabito y su hija residen en uno de los lugares más frágiles de la ciudad. Una cueva, literalmente. Allí no hay casi nada. No hay electrodomésticos, no hay comodidades, no hay seguridad. Hay, eso sí, un padre que hace de todo: lava, plancha los uniformes escolares, cocina con hornos de carbón y se las ingenia cada día para que su hija sobreviva en medio de lo imposible.
Miembros del equipo que impulsa la denuncia llegaron hasta el lugar y confirmaron lo que muchos no quieren ver. La niña no tiene juguetes, no tiene muñecas, no tiene una infancia normal. Lo que tiene es un padre que no se rinde, que pelea cada jornada contra la miseria con lo poco que tiene a mano.
La escena es dura. En esa casa no sobra nada porque no hay nada. Sin refrigerador, sin ventilador, sin condiciones básicas para una menor. Y mientras tanto, el discurso oficial sigue hablando de protección a la niñez, de igualdad, de conquistas sociales que no llegan nunca a lugares como este.
La historia de Dainary no es una excepción. Es el resultado directo de un Estado ausente, incapaz de proteger a los más vulnerables, pero siempre rápido para exigir sacrificios y silencio. Aquí no hubo instituciones, no hubo trabajadores sociales, no hubo soluciones. Hubo, otra vez, abandono.
A pesar de todo, Dainary no está sola. Tiene un padre que, como se dice en buen cubano, le ronca el mango. Un hombre decente, entregado, que hace de madre y padre en un país donde criar a un hijo ya es una hazaña, y hacerlo solo es casi un acto heroico.
Hoy, la denuncia busca algo muy simple y muy triste a la vez: ayudar a que una niña viva un poco mejor. Que tenga lo básico. Que pueda dormir con menos calor. Que pueda conservar alimentos. Que pueda, aunque sea, jugar.










