Las autoridades cubanas anunciaron la supuesta desarticulación de una red de tráfico de drogas que intentaba introducir más de un millón de dosis de cannabinoides sintéticos en la isla. La operación, presentada como un “golpe contundente”, tuvo lugar en La Habana y fue divulgada a través del perfil oficial de la Policía Nacional Revolucionaria, Héroes de Azul.
Según la versión oficial, la red estaba organizada desde Estados Unidos y contaba con residentes en Cuba encargados de preparar y distribuir el llamado “químico” o “papelito”, una de las drogas más destructivas que hoy circulan por los barrios cubanos. El cargamento habría entrado al país camuflado en envases de yogurt, gelatina y suplementos, utilizando la paquetería ilegal a través del aeropuerto internacional José Martí, un punto que el régimen insiste en presentar como “controlado”.
El MININT informó que 24 personas fueron detenidas y que se incautaron más de 11 millones de pesos cubanos, dinero que presuntamente iba a salir del país para seguir financiando actividades delictivas. También dijeron haber ocupado precursores químicos como acetona, además de viviendas y vehículos usados como improvisados laboratorios para manipular la sustancia.
Las autoridades aseguran que con este operativo se evitó la distribución de más de un millón de dosis en municipios como San Miguel del Padrón, Regla y Diez de Octubre. Y, como es costumbre, reiteraron su discurso de “tolerancia cero contra las drogas”, una frase que suena cada vez más hueca frente a la realidad que viven miles de familias.
Porque mientras el régimen presume operativos aislados, el químico sigue haciendo estragos en los barrios, atrapando a jóvenes, destruyendo hogares y dejando muertos que rara vez aparecen en las estadísticas oficiales. La expansión de esta droga no es un accidente: es el resultado directo de la miseria, la falta de oportunidades y el colapso social que el propio sistema ha generado.
En una Cuba donde el Estado lo controla todo —menos el futuro de su gente— resulta difícil creer que redes de este tamaño operen sin fallas estructurales, complicidades o, como mínimo, una negligencia criminal. El químico no cayó del cielo. Se coló por las grietas de un país roto, donde el discurso oficial va por un lado y la realidad por otro, mucho más oscuro.
El régimen habla de victoria, pero en la calle la percepción es otra: la droga avanza, el control es selectivo y el precio lo paga siempre el pueblo.







