Díaz-Canel admite públicamente que la economía cubana se hunde en un desastre total

Redacción

Miguel Díaz-Canel lo dijo, aunque a medias y a regañadientes. La economía cubana se encoge más de un 4 %, la inflación está fuera de control, la producción está paralizada y el país no funciona. No es una denuncia de la prensa independiente ni un rumor de la calle: lo reconoció el propio gobernante durante el XI Pleno del Comité Central del PCC. El problema es que, como siempre, admitir el desastre no implica asumir responsabilidades.

El cuadro que describió es el que vive cualquier cubano sin micrófono ni escoltas. Apagones interminables, alimentos normados que no llegan, precios imposibles, transporte colapsado y una generación eléctrica en estado terminal. Nada nuevo bajo el sol… o mejor dicho, bajo la oscuridad.

El embargo como excusa eterna

Tras admitir el colapso, Díaz-Canel hizo lo que mejor sabe hacer el régimen: buscar culpables externos. El embargo estadounidense, el exilio cubanoamericano, los “medios pagados”, todos desfilaron por el discurso como responsables de una crisis que ya dura más de seis décadas.

Incluso habló de una supuesta “política genocida”, mientras gobierna un país donde los ancianos pasan hambre, los hospitales carecen de insumos y los niños se desmayan en las escuelas por falta de comida. Si eso no es violencia estructural, entonces el diccionario también está bloqueado.

Un país que no existe en los discursos

Después del diagnóstico sombrío, llegó la fantasía. Díaz-Canel habló de participación popular, de prestigio de los cuadros, de apoyo al gobierno. Un país paralelo donde los dirigentes “abordan los problemas con el pueblo”, mientras en el país real la gente huye, protesta cuando puede y sobrevive cuando no le queda otra.

Reconoció que hay pobreza, pero no por el fracaso del modelo, sino porque —según él— hay quienes “celebran” esa pobreza desde afuera. Un argumento tan cínico como ofensivo para quienes hacen colas eternas, cocinan con leña o pasan noches enteras sin electricidad.

La promesa reciclada

El gobernante volvió a sacar del archivo el mantra de “corregir distorsiones y reimpulsar la economía”. Prometió salarios que alcancen, comida en la mesa, apagones que se acaben y servicios que funcionen. La misma promesa que lleva años repitiéndose mientras todo empeora.

Aseguró que se ha debatido “con crudeza y sin triunfalismos”. La realidad demuestra lo contrario. Las políticas económicas de su gobierno han profundizado el desastre, han destruido el campo, asfixiado a los productores y expulsado a más de un millón de cubanos del país.

Retórica vacía en un país exhausto

Los plenarios del PCC ya no son espacios de gobierno, sino rituales de autoengaño. Se habla mucho de unidad, soberanía y resistencia, pero nada de resultados. El poder no dialoga con la realidad: la niega, la maquilla o la culpa.

Mientras Díaz-Canel insiste en que la “unidad garantiza la libertad”, el país se queda sin gente, sin comida, sin luz y sin futuro. La verdadera crisis no es solo económica: es moral y política. Y por más discursos que pronuncien, esa ya no se tapa con consignas.

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