El Ministerio de la Industria Alimentaria volvió a sacar del horno una de esas ideas que suenan bien en el papel, pero que rara vez llegan al plato. Durante el análisis del llamado Programa de Gobierno para “corregir distorsiones y reimpulsar la economía”, el MINAL planteó como línea de trabajo “crecer en la elaboración de alimentos nutritivos”, una promesa reciclada que presentan como solución concreta para beneficiar al pueblo y reanimar la economía.
En una reunión de su dirección, el organismo defendió que si el sistema empresarial logra producir y vender más, entonces habría mayores ingresos, más oferta y una supuesta estabilización de los precios. La teoría es perfecta; la realidad, no tanto. Hoy el propio MINAL reconoce que incumple sus planes productivos, afectado por la falta crónica de materias primas nacionales e importadas, una carencia que el régimen no ha sido capaz de resolver en décadas.
Aunque el ministerio aporta nueve productos a la canasta familiar normada, esa contribución es cada vez más simbólica. En la práctica, la libreta llega incompleta, tarde o no llega, y las mesas de millones de cubanos siguen vacías. Aun así, los funcionarios hablan de “reservas” para aliviar la situación y sacan a relucir la acuicultura, mencionando más de 100 mil hectáreas de embalses que podrían usarse para criar peces, como si la voluntad política bastara para convertir agua represada en proteína accesible.
El discurso oficial también insiste en que actores económicos no estatales podrían importar materias primas para abastecer a la industria nacional y reducir costos. Sin embargo, el propio MINAL admite que existen “frenos” en los encadenamientos, una forma elegante de reconocer la ineficiencia, el control excesivo y la desconfianza estructural hacia cualquier iniciativa que escape del monopolio estatal.
Cuando buscan responsables, los señalamientos apuntan a los llamados “elementos subjetivos” de los empresarios, a quienes exigen un cambio urgente y un perfeccionamiento del sistema de gestión. Nada nuevo. En Cuba, la culpa casi nunca es del modelo, siempre es de alguien que no “interpretó bien” la orientación.
Los directivos también vuelven a vender como “oportunidades” la inversión extranjera y la dolarización parcial, con el argumento de ofrecer garantías a los inversionistas para recuperar su capital. Incluso hablan de no desaprovechar los ingresos internos en divisas que circulan en la economía, mirando ya hacia 2026, como si el problema del hambre pudiera seguir esperando.
Mientras tanto, la crisis alimentaria sigue golpeando sin misericordia. En Ciego de Ávila se habló hace meses de avances en la soberanía alimentaria, pero la gente respondió con una verdad simple: no hay comida. En Villa Clara regresó el pan normado, sí, pero con mala calidad y limitaciones constantes. En Matanzas, ante la falta de harina, se repartieron galletas carísimas como sustituto del pan básico, una chapuza que indignó a más de uno.
Investigaciones recientes han demostrado que una pareja necesita más de 40 mil pesos mensuales solo para comer, una cifra absurda frente a salarios de miseria. Y mientras el Ministerio de Educación lanza campañas sobre alimentación saludable, muchos niños siguen yendo a la escuela sin desayunar.
Hablar de alimentos nutritivos en un país donde la gente sobrevive a base de inventos no es planificación, es propaganda. El problema no es la falta de ideas, es un sistema que no produce, no distribuye y no responde, pero que insiste en vender promesas mientras el hambre se convierte en rutina.










