Un operativo policial realizado este domingo en Guantánamo permitió recuperar 14 colchones destinados a familias damnificadas por el huracán Melisa, pero el alivio dura poco cuando se entiende el trasfondo del caso. Los recursos no se perdieron por un ciclón, sino por el saqueo.
El registro se realizó en una vivienda ubicada en la intersección de Moncada y Emilio Giro. Allí aparecieron los colchones que habían sido robados de un almacén del sector Educación, situado en un centro mixto del municipio Niceto Pérez. Eran recursos comprados específicamente para personas que lo perdieron todo. Nada más sensible. Nada más miserable que robar eso.
Junto a los colchones, la policía incautó materiales escolares —lápices incluidos— y un toldo, todo parte del mismo lote sustraído. Es decir, no fue un “desliz” ni un robo oportunista, fue un vaciado con calma y conocimiento de lo que había allí.
Las autoridades no han explicado cómo ocurrió el robo ni quién tenía responsabilidad directa sobre la custodia del almacén. Silencio habitual cuando las preguntas empiezan a incomodar. Sin embargo, testigos confirmaron que la investigación se amplió y que varias personas han sido detenidas en otros puntos de la ciudad, presuntamente vinculadas a los hechos.
El caso vuelve a desnudar una realidad incómoda: en Cuba, muchas veces el principal peligro para los recursos del pueblo no viene de fuera, sino de dentro del propio sistema. Almacenes “custodiados”, controles “establecidos” y discursos de “cero impunidad” que solo aparecen después de que el daño está hecho.
Mientras tanto, familias damnificadas siguen esperando colchones, útiles escolares y un mínimo de dignidad, convertidos en botín antes de llegar a destino. El huracán pasó. La descomposición, no.
Y aunque ahora hablen de recuperación y operativos, la pregunta sigue flotando como escombros después del ciclón:
¿cuántos recursos más nunca se recuperan porque nadie los busca… o porque nadie quiere mirar?
