La Habana volvió a estremecerse con una muerte que duele doble. No solo por lo brutal del accidente, sino por lo que vino después. Un hombre que circulaba en bicicleta perdió la vida tras caer en un hueco gigantesco en plena vía pública, y su cuerpo permaneció horas cubierto en la calle, expuesto ante vecinos y curiosos, como si la ciudad también hubiera decidido ignorarlo.
El caso comenzó a rodar por redes sociales a partir de un video grabado en el lugar. En la grabación, una voz aún en shock explica que el ciclista “se fue en el hueco” en la calle Primera, en el Reparto Eléctrico, y que el golpe fue mortal. No habla solo del accidente. Habla del entorno. De la basura, de los salideros, de los baches. Lo dice casi sin darse cuenta, pero suena a diagnóstico: así se vive hoy en La Habana.
La denuncia tomó más fuerza cuando la activista cubana Irma Lidia Cepero, conocida en Facebook como Irma Broek, compartió una imagen del lugar y confirmó que el hecho ocurrió en el municipio Arroyo Naranjo. Según relató, el accidente sucedió alrededor de las dos de la tarde y, cuatro horas después, el cuerpo seguía allí, en el mismo punto donde cayó.
Ese detalle fue el que encendió la indignación. No solo murió un hombre. Murió y fue abandonado. En los comentarios, decenas de personas insistían en lo mismo: cayó la noche y el cadáver seguía en la calle. Nadie apareció. Ninguna respuesta visible. Ninguna urgencia. Como si la muerte fuera ya parte del paisaje urbano.
Muchos se preguntaban cómo era posible que nadie lo trasladara, por qué no llegó una ambulancia, por qué un fallecido podía quedar “tirado” tantas horas en una capital que todavía presume de sistema y control. Otros, desde el desconcierto, intentaban entender qué pasó exactamente. Pero el centro del debate no fue la especulación, sino la certeza amarga de que esto se pudo evitar.
En Cuba, moverse es una lucha diaria. La guagua es un milagro, el pasaje un lujo, y la bicicleta, una tabla de salvación. Pero también es una ruleta rusa cuando las calles están destrozadas. Un hueco aquí no es un detalle menor. Es una trampa constante. Se agranda con la lluvia, se camufla con agua sucia, se vuelve invisible de noche por falta de alumbrado y nunca tiene señalización. El régimen no tapa el bache, pero sí tapa la responsabilidad.
Cuando ocurre una tragedia como esta, el golpe no queda en el asfalto. Llega a una casa, rompe una familia, deja un vacío que nadie explica. Y mientras tanto, el discurso oficial sigue hablando de resistencia, de sacrificio y de victorias imaginarias, mientras la gente muere por una calle rota.
La muerte del ciclista en el Reparto Eléctrico volvió a poner sobre la mesa el deterioro extremo de la infraestructura habanera y la normalización del abandono. En redes se repetía una frase que ya suena demasiado común: “en Cuba ya nada sorprende”. Morir por un hueco parece haberse vuelto parte de la rutina.
Hasta ahora, las autoridades no han ofrecido información oficial sobre la identidad del fallecido. En los comentarios, una persona mencionó a un hombre llamado Enrique, pero ese dato no ha sido confirmado. El silencio institucional, otra vez, acompaña a la tragedia.
En la Cuba de hoy, no solo faltan recursos. Falta voluntad. Falta respeto. Falta humanidad. Y mientras los huecos siguen creciendo, el país se sigue tragando a los suyos, uno a uno, sin que nadie del poder se haga responsable.







