Miguel Díaz-Canel volvió a hacer lo que mejor domina: explicar el desastre cuando ya está encima. Este sábado, durante el XI Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el gobernante aseguró que el Gobierno actuó con rapidez frente al aumento de enfermedades transmitidas por mosquitos. La afirmación, reproducida por el diario oficial Granma, llega tarde y suena hueca en medio de una crisis sanitaria que desbordó hospitales y dejó decenas de muertos, muchos de ellos niños.
Según su versión, una vez “encendidas las alertas”, se tomaron medidas en los territorios más afectados, especialmente en Matanzas, donde —siempre según él— la epidemia pasó “en pocas semanas” a una supuesta normalidad. La realidad en la calle y en los hospitales cuenta otra historia.
El propio Díaz-Canel reconoció fallas iniciales en la respuesta sanitaria, admitiendo que el enfoque casi exclusivo en el dengue permitió que el chikungunya se expandiera con mayor rapidez. También habló de carencias de recursos y problemas organizativos internos, una confesión que, traducida al cubano real, significa improvisación, lentitud y abandono.
El ministro de Salud Pública, José Ángel Portal Miranda, intentó vestir el problema con tecnicismos al hablar de “arbovirosis”, ese término que agrupa dengue, chikungunya y otras enfermedades transmitidas por mosquitos. El lenguaje científico, sin embargo, no tapa camas vacías, ni falta de sueros, ni padres desesperados.
Las cifras oficiales reconocen al menos 47 fallecidos por estas enfermedades, con un incremento sostenido en los últimos días. Un dato que estremece incluso dentro del maquillaje estadístico del régimen: una parte significativa de las víctimas son menores de edad. Decenas de niños permanecen en terapia intensiva, mientras hospitales de varias provincias operan sin insumos básicos, con personal exhausto y sin capacidad real de respuesta.
Todo comenzó en Matanzas, donde Portal Miranda negó inicialmente cualquier fallecimiento, calificó las denuncias como “rumores” y repitió el mantra de que todo estaba “bajo control”. El mismo guion de siempre. Días después, un experto del IPK remató la desconexión con la realidad al decir que la epidemia “va a pasar” y pronto será “historia para contar”. Una frase que cayó como sal en la herida de miles de familias que no podían ni levantarse de la cama por el dolor.
Organizaciones independientes y especialistas coinciden en que lo que ocurre en Cuba no es un simple brote, sino una crisis epidemiológica desbordada, agravada por la opacidad informativa del Estado. Sin datos confiables, sin transparencia y sin autocrítica real, es imposible dimensionar el impacto verdadero de la epidemia.
Más allá del discurso oficial, el problema es estructural. Un sistema de salud golpeado por la crisis económica, la falta de alimentos, la escasez de medicamentos y el colapso de los programas de control del mosquito, sin combustible, sin químicos y sin equipos. El virus pica, pero la negligencia mata.
Decir que actuaron “rápido” cuando la epidemia ya había arrasado barrios enteros no es defensa: es cinismo. Y en Cuba, el cinismo gubernamental también enferma.







