La noche del 10 de diciembre dejó una herida abierta en la comunidad. Eraine Zayas Mulgado fue hallada sin vida frente a su propia casa, en la esquina de 12 Sur y 5 Oeste, en Guantánamo, un escenario que amaneció convertido en rumor, miedo y rabia contenida. La noticia corrió como pólvora en redes sociales, mucho más rápido que cualquier versión oficial.
Según personas cercanas a la familia y a la investigación, Ramón Velázquez Acosta fue detenido como presunto responsable del hecho. Las primeras reconstrucciones apuntan a desacuerdos personales que venían arrastrándose desde hacía tiempo y que, lejos de resolverse, terminaron explotando de la peor manera.
De acuerdo con esas fuentes, el conflicto tendría raíces económicas y emocionales, con episodios de chantaje y presión que fueron tensando una relación que, en su momento, se basó en la confianza. Lo que empezó como un vínculo cercano se fue pudriendo hasta desembocar en un acto de venganza brutal.
Las autoridades intentan ahora recomponer el rompecabezas, repasando antecedentes que muestran cómo esa relación se deterioró por disputas materiales y resentimientos acumulados. Una historia demasiado común en un país donde la precariedad, el estrés y la falta de salidas reales convierten cualquier problema en una bomba de tiempo.
El proceso legal sigue su curso y, según se ha informado, Ramón Velázquez Acosta enfrenta cargos por asesinato. Será juzgado conforme a la ley vigente, esa misma ley que el régimen invoca cuando ya el daño está hecho, pero que rara vez previene, protege o acompaña a tiempo.
Mientras tanto, el barrio intenta volver a la rutina con una pregunta flotando en el aire: ¿cuántas tragedias más hacen falta para admitir que la violencia y la desesperación también son consecuencias directas del abandono y la crisis permanente? En la Cuba de hoy, la muerte sorprende en cualquier esquina, y la respuesta del Estado casi siempre llega tarde, fría y envuelta en silencio.










