Rebeca Martínez rompe el silencio y revela que fue sancionada y censurada en Cuba por los medios estatales

Redacción

La vedette cubana Rebeca Martínez, hoy con 60 años, decidió contar sin maquillaje una parte de su historia que durante décadas quedó enterrada bajo el silencio impuesto por el sistema cultural cubano. En una entrevista que ha corrido como pólvora en redes sociales, la bailarina y presentadora habló claro sobre castigos, censura y exclusión profesional, prácticas que —según su testimonio— marcaron su carrera más que cualquier error artístico.

Desde muy joven, cuando era una figura visible en espacios de alta popularidad, Rebeca entendió que la fama en Cuba no siempre protege. Al contrario. La exposición excesiva y el fanatismo descontrolado durante las giras comenzaron a convertirse en una amenaza real, especialmente lejos de casa. El escenario brillaba, pero detrás había miedo.

Fue en ese contexto que vivió episodios de acoso sexual durante viajes de trabajo, una experiencia que la empujó a buscar algo tan básico como seguridad. Su decisión fue pedir que su madre la acompañara a una gira, una solicitud lógica y humana que, en cualquier sistema sano, no habría generado conflicto. En el cubano, sí.

Según contó, al inicio le dieron luz verde, pero a última hora cambiaron el discurso. Cuando ella se mantuvo firme y dijo que sin su madre no viajaba, llegó el castigo. La sanción no fue simbólica: vino directamente desde el Ministerio de Cultura, que la apartó durante meses por no someterse.

A partir de ese momento, su rostro empezó a desaparecer de la televisión. Rebeca explicó que estuvo virtualmente vetada de los espacios televisivos, con la excepción de algunos ejercicios vinculados al INDER. La censura no fue abierta ni explicada, como casi todo en Cuba. Simplemente ocurrió. Las puertas se cerraron y nadie daba razones claras.

Aunque en algún momento le permitieron aparecer en un homenaje puntual, la etapa quedó marcada por el mensaje implícito: había cruzado una línea. Ella misma lo resumió sin rodeos, afirmando que la castigaron por algo injusto y que solo mucho después pudo aclarar su versión. Para entonces, el daño ya estaba hecho.

Lejos de ser un episodio aislado del pasado, Rebeca aseguró que la exclusión volvió a aparecer años después, esta vez con un rostro más cínico. Un amigo le advirtió que la tenían en “bajo perfil”, una etiqueta muy usada en el aparato cultural para borrar sin censurar oficialmente. No te prohíben, pero no te llaman. No te critican, pero te sacan del juego.

Cuando decidió preguntar directamente, la respuesta fue tan brutal como reveladora. Le dijeron que ya tenía “sus añitos”. Edadismo puro y duro, aplicado por un sistema que exprime a los artistas mientras son útiles y luego los descarta como si fueran piezas viejas, sin importar talento, trayectoria ni reconocimiento.

Rebeca contó todo esto sin victimismo, pero con claridad. Dijo que aprendió a resistir gracias a la fortaleza que vio en sus padres, personas que nunca se quejaron pese a vivir tiempos duros. Esa misma firmeza la ayudó a no quebrarse, a seguir adelante y a no permitir que la humillación definiera su vida.

Su testimonio deja al descubierto una verdad incómoda: en Cuba, el problema no es solo la censura política explícita, sino también el castigo silencioso, el control disfrazado de criterio artístico y la discriminación aplicada desde oficinas que deciden quién sirve y quién estorba. La historia de Rebeca Martínez no es una excepción. Es un retrato más de cómo el sistema cultural del régimen premia la obediencia y castiga la dignidad.

Habilitar notificaciones OK Más adelante