El gobernante cubano Miguel Díaz-Canel intentó celebrar en Facebook el aniversario 26 del programa televisivo Mesa Redonda, pero lo que recibió fue otra avalancha de rechazo ciudadano. El espacio, concebido por Fidel Castro y convertido durante décadas en vitrina de propaganda oficial, volvió a provocar más molestia que aplausos entre los cubanos.
En su mensaje, Díaz-Canel recordó que el programa nació en medio del caso Elián González y destacó su origen como parte de la llamada Batalla de Ideas. Acompañó el texto con imágenes de Fidel Castro y elogios al equipo del programa por, según él, “acompañar las batallas esenciales de Cuba”. El problema es que esas “batallas” no se parecen en nada a la vida real que enfrenta la gente.
Los comentarios no tardaron en aterrizarlo. Uno de los más repetidos aludía al privilegio de poder ver televisión con electricidad mientras el resto del país vive a oscuras. Apagones interminables, calor insoportable y noches sin ventilador fueron el telón de fondo de muchas respuestas. Otros tiraron de ironía para resumir el contenido del programa: una escuela práctica para aprender a resistir hambre, epidemias, falta de agua, de medicinas y de libertad.
La Mesa Redonda fue descrita por decenas de usuarios como un símbolo del adoctrinamiento estatal, un espacio donde no se debate nada y donde solo se repite lo que el poder quiere escuchar. Algunos la rebautizaron sin piedad, otros la señalaron directamente como un escenario donde se miente al pueblo y se ridiculiza a quien piensa distinto.
El contexto del país tampoco pasó desapercibido. Hubo burlas sobre quién puede verla sin corriente, chistes amargos sobre “la libra de ideas” para acompañar el arroz blanco y comentarios que resumían el supuesto avance del país en una sola dirección: más hambre, más miseria y más churre.
Las referencias al caso Elián González también reabrieron heridas. Varios usuarios desmontaron la versión oficial repetida durante años, recordando que el niño no fue secuestrado, sino sacado del país por su madre, que murió en el intento. Otros fueron más duros y acusaron directamente al régimen de haber usado al niño como trofeo político y herramienta propagandística.
Aunque aparecieron algunos mensajes de respaldo, estos quedaron sepultados entre críticas frontales. No faltaron quienes pidieron dejar de romantizar al comunismo ni quienes recordaron que, gracias a ese mismo discurso televisado durante años, el cubano solo aprendió a resistir la miseria, no a vivir con dignidad.
Este episodio no es aislado. Apenas un día antes, Díaz-Canel había proclamado que “aquí no se va a rendir nadie”, otra consigna que encendió las redes por la desconexión absoluta con una población agotada por la escasez, los apagones y la falta de libertades. El guion se repite: triunfalismo arriba, hartazgo abajo.
El contraste vuelve a dejar al desnudo la distancia entre la narrativa oficial y la Cuba real. Mientras el poder celebra aniversarios de programas propagandísticos, la gente cuenta horas sin corriente, mesas vacías y un cansancio que ya no cabe en consignas.
No es casual que el aniversario anterior también estuviera marcado por la propaganda. En los 25 años del programa, Elián González —hoy diputado del régimen— agradeció a la Mesa Redonda por “haberlo hecho persona”, confirmando lo que muchos sospechan: el espacio no informa, forma obedientes.
Veintiséis años después, la Mesa Redonda sigue girando sobre lo mismo. Pero el país que la escucha —cuando puede— ya no cree, ya no aplaude y cada vez responde con más sarcasmo. Porque mientras ellos celebran micrófonos y consignas, Cuba sigue apagada, empobrecida y sin voz real en la televisión oficial.









