Picadillo, perritos o huevos… esto será la cena de miles de hogares cubanos para el 24 y el 31 de diciembre

Redacción

En Cuba, preguntar qué habrá en la mesa el 24 o el 31 de diciembre ya no es una curiosidad inocente. Es un termómetro directo de la crisis, una crisis que se coló sin permiso hasta en la tradición más íntima: la cena de fin de año. Lo que antes era motivo de reunión hoy es sinónimo de angustia, cálculo y resignación.

En los comentarios a varias publicaciones en Facebook, nadie habló de recetas ni de antojos. La gente habló de precios imposibles, de cansancio y de una tristeza que se repite como los apagones. Uno lo resumió sin adornos: pasará Nochebuena y Fin de Año con picadillo de MDM porque “no hay para más”. Y no lo dijo con drama, sino con ese tono seco del cubano que ya no espera milagros, solo sobrevivir.

Otro lector fue todavía más claro: celebrar dejó de ser un derecho y pasó a ser un lujo inalcanzable. Las fiestas ya no se preparan, se resisten. Y cuando el dinero no alcanza ni para imaginar un menú decente, la resignación se convierte en rutina.

En medio del desastre, el humor aparece como escudo. Alguien dijo que cenaría “limonada” y la ironía corrió sola. No es casual. El limón es hoy casi una especie en extinción en los mercados, y la frase remite directamente a aquella ocurrencia de Miguel Díaz-Canel sobre que “la limonada es la base de todo”. Convertida en meme nacional, esa frase terminó siendo el símbolo perfecto de la desconexión total del poder con la vida real del cubano de a pie.

Muchos admiten que hace rato cambiaron el menú porque no queda otra. Salchicha cuando aparece, picadillo cuando alcanza, arroz con cualquier cosa cuando hay corriente. La “proteína” se celebra como una victoria mínima, no como tradición. Incluso hay quien reconoce que aspirar a eso ya es “ser demasiado exigente”. Así de bajo quedó el listón.

La carne de cerdo, durante décadas el centro de la mesa y de la familia, hoy se menciona casi como una palabra prohibida. Para trabajadores y jubilados, es un recuerdo de otro país que ya no existe. Solo quien logró criar un puerquito puede mantener la costumbre; el resto mira los precios, hace cuentas y renuncia. La mayoría ni siquiera pregunta.

Pero el golpe va más allá de la comida. En los comentarios se respira un país agotado, enfermo y sin ánimo. Aparecen menciones constantes a la chikungunya, a los dolores, a la falta de medicamentos, al cuerpo cansado y al espíritu roto. Como si la enfermedad también se hubiera sentado a la mesa.

Algunos no piden cena, piden llegar vivos al 31. Otros dicen que ya no se siente ni música, ni ambiente, ni alegría. Hay una sensación generalizada de vacío, como si las fiestas pasaran por encima de un país en pausa, sin energía ni esperanza.

Entre la fe y la resignación, muchos coinciden en lo mismo: ya no se trata de celebrar, sino de aguantar. Ver si “algo aparece”, ver si “se puede resolver”, ver si este año termina sin otra desgracia encima. Y mientras el discurso oficial sigue hablando de resistencia y sacrificio, la realidad muestra otra cosa: un pueblo que paga el precio de un sistema que lo empobreció hasta quitarle la mesa.

Al final, el retrato que dejan estos testimonios no es el de una Navidad con platos llenos, sino el de un país donde la cena de fin de año se convirtió en otra prueba de resistencia impuesta. El 24 y el 31 llegarán igual, sí, pero para muchos cubanos llegarán sin comida, sin ilusión y con la certeza amarga de que, una vez más, el problema no es la falta de fe, sino un régimen que convirtió la escasez en norma y la dignidad en promesa vacía.

Habilitar notificaciones OK Más adelante