La presidenta del Banco Central de Cuba, Juana Lilia Delgado, anunció que a partir de este 18 de diciembre entra en vigor otra “transformación gradual” del mercado cambiario. Traducido al cubano de a pie: el mismo lío monetario, pero con otro envoltorio. Una jugada más para intentar ordenar un desastre que el propio régimen fabricó a fuerza de improvisaciones y control extremo.
En su aparición televisiva, Delgado reconoció algo que ya todo el mundo sabe desde hace años: en Cuba conviven varias tasas de cambio al mismo tiempo, lo que genera distorsiones, empuja a la gente hacia el mercado informal y vuelve imposible cualquier control bancario serio. Lo que no dijo es que ese caos no es culpa del “bloqueo”, sino de decisiones internas mal hechas y peor sostenidas.
La nueva reforma promete “corregir” ese escenario fragmentado mediante un esquema con varios segmentos oficiales y una supuesta novedad estrella: la introducción de una tasa de cambio flotante para determinadas operaciones. Flotante, sí, pero bajo la mirada vigilante de un Estado que no confía ni en su propia moneda.
Según Delgado, la estrategia apunta a recuperar el poder de compra del peso cubano. Una afirmación que suena casi sarcástica en un país donde el salario no alcanza ni para sobrevivir una semana y la inflación se volvió parte del paisaje. El plan, respaldado por los mismos programas económicos del Gobierno que han fracasado antes, evita una unificación inmediata y apuesta por la “gradualidad”, esa palabra mágica que en Cuba suele significar patear el problema para adelante.
Desde este 18 de diciembre, el mercado cambiario oficial queda organizado en tres espacios bien diferenciados. Uno mantiene la tasa simbólica de 1×24 para operaciones estatales vinculadas a servicios básicos, lo que confirma que el Estado se protege a sí mismo primero. Otro aplica una tasa de 1×120 para empresas estatales y mixtas que generan divisas, un intento de hacerlas “competitivas” sin tocar las raíces del desastre productivo.
La tercera pata del invento es la tasa flotante, destinada a personas naturales y actores no estatales. Esa tasa variará según la oferta y la demanda, pero siempre dentro de un mercado intervenido y con escasez crónica de divisas. Aunque el Gobierno insiste en que es algo temporal, la historia reciente demuestra que en Cuba lo provisional se queda a vivir.
El propio Banco Central admite que una unificación brusca provocaría una devaluación salvaje y más inflación. En otras palabras, el peso está tan golpeado que no resiste otro experimento fallido. Por eso insisten en un proceso “lento y controlado”, mientras la gente sigue viendo cómo su dinero vale cada día menos.
Para los ciudadanos comunes, la tasa flotante permitirá vender divisas al banco a un precio más cercano al real. Comprar, en cambio, seguirá siendo una carrera de obstáculos, con límites estrictos y una oferta mínima. El mensaje es claro: el Estado quiere captar dólares, pero no soltarlos.
Las primeras tasas publicadas dejaron claro el trasfondo de la medida. El dólar apareció alrededor de los 410 pesos y el euro rozando los 480, cifras muy similares a las del mercado informal. En el caso del euro, el precio oficial llegó incluso a superar al de la calle. Un hecho inédito que equivale a una confesión pública: el Gobierno terminó reconociendo el valor real que antes perseguía.
Con esto queda claro que el nuevo mercado flotante no viene a eliminar el mercado informal, sino a parecerse a él para absorberlo y controlarlo. No es una victoria del sistema, es una rendición maquillada.
Las cuentas en MLC, otro invento que dejó a miles de cubanos colgados, seguirán existiendo. Delgado habló de “estabilizarlas”, pese a que hoy muchas no funcionan ni dentro ni fuera del país. Para cuentapropistas y mipymes se abre una vía legal para acceder a divisas desde cuentas fiscales, aunque con topes que reflejan el miedo del régimen a perder el control.
¿Desplazará esto al mercado informal? En el corto plazo, ni soñarlo. La desconfianza es enorme, la oferta es escasa y la gente aprendió a sobrevivir al margen de un sistema que la ha engañado demasiadas veces.
El Gobierno insiste en que estas tasas terminarán convergiendo en una sola. La experiencia del llamado “Ordenamiento monetario” invita a la cautela. En Cuba, las reformas económicas suelen prometer mucho y cumplir poco. El problema ya no es técnico, es político: un régimen que destruyó la moneda ahora pide fe, cuando la fe del pueblo se le acabó hace rato.







