Hay historias que no deberían repetirse, pero que en Cuba se cuentan cada vez más bajito y con más miedo. Litzaidis Abreu Piña es una madre que todavía habla con la voz entrecortada cuando recuerda el nacimiento de su hijo Maylom. Un parto que, lejos de ser un momento de alegría, se convirtió en una pesadilla marcada por fiebre extrema, urgencias médicas y días interminables de angustia.
En un testimonio ofrecido a la prensa oficial de Matanzas, Litzaidis relató el calvario que vivió cuando dio a luz a su bebé, afectado por chikungunya. Desde el inicio, todo fue cuesta arriba: fiebre alta, complicaciones respiratorias en el recién nacido y serios problemas hematológicos que pusieron su vida en peligro desde las primeras horas.
Según contó, ingresó un domingo al Hospital Gineco-Obstétrico “José Ramón López Tabrane” con 38.5 grados de fiebre y un rash en el abdomen. Ya esa señal encendía alarmas. Pero lo peor llegó en la noche, cuando la temperatura subió hasta los 40 grados, una fiebre “difícil de bajar”, mientras su cuerpo comenzaba a avisar que el parto se adelantaba.
Cerca de la una de la madrugada empezaron contracciones fuertes. Al pasar a la sala de parto, los médicos notaron que el ritmo cardíaco del bebé estaba acelerado. Al romper fuente, descubrieron que el niño había defecado dentro del vientre, una señal de sufrimiento fetal que obligó al equipo a decidir una cesárea de urgencia.
Maylom nació cianótico, con cambios visibles en la coloración de la piel y serios problemas para respirar. Desde ese momento fue trasladado a cuidados especializados, mientras su madre lidiaba con su propio cuerpo destrozado: pies inflamados, fiebre persistente y dificultades incluso para caminar. Aun así, sacaba fuerzas para ir a ver a su hijo cada vez que podía.
Al principio, los médicos pensaron que el cuadro estaba relacionado con aspiración de meconio. Tras seis días, el bebé logró ser desentubado y parecía respirar mejor. Pero ese mismo día apareció un sangramiento inesperado que cambió todo. Fue entonces cuando comenzó a manejarse la posibilidad de una virosis, una palabra que en Cuba suele llegar tarde y con miedo.
El testimonio explica que la transmisión del chikungunya de madre a hijo es casi nula en los primeros trimestres del embarazo, pero que en el tercero —sobre todo cerca del parto— puede alcanzar hasta un 50%. En el caso de Maylom, el virus provocó alteraciones graves: hemoglobina baja, plaquetas por el piso, líquido en el abdomen, inflamación generalizada y trastornos severos de coagulación.
El diagnóstico más duro fue una coagulación intravascular diseminada, una de las complicaciones más graves que puede enfrentar un recién nacido, asociada a infecciones severas y descrita en la literatura médica para casos extremos de chikungunya.
Litzaidis recuerda esos días como eternos. “Días sin dormir”, esperando noticias, viviendo entre el miedo y la esperanza. Su hijo necesitó múltiples transfusiones de glóbulos rojos y plaquetas, pero poco a poco comenzó a responder al tratamiento.
Luego vino una convulsión. Otro golpe. Tras estabilizarse, intentaron retirarle la ventilación: pasó dos días con BNI, logró incluso ser colocado al pecho y mostró signos de mejoría. Sin embargo, tras tanto tiempo ventilado, desarrolló abundantes secreciones y volvió a recaer en un cuadro respiratorio que obligó a intubarlo nuevamente durante casi una semana.
Los médicos ajustaron tratamientos, cambiaron antibióticos y añadieron nuevos medicamentos. Y, una vez más, el pequeño luchó. Le retiraron la ventilación, volvió a BNI y comenzó, lentamente, una recuperación progresiva.
En la parte final de su testimonio, la madre cuenta que su hijo pasó de estado “crítico” a “cuidado”. Ya no se hablaba de sobrevivir, sino de esperar, de ganar tiempo, de soñar con volver a casa.
Con lágrimas y gratitud, Litzaidis agradeció al personal médico y de enfermería, reconociendo que la vida de su hijo es resultado del esfuerzo colectivo de un equipo que no se rindió.










