En Cuba no solo se habla de apagones, comida y salarios. En silencio, casi a escondidas, se está colando otra preocupación que va creciendo entre los jóvenes: el consumo de testosterona y Viagra sin ningún tipo de supervisión médica. No es un mito ni un caso aislado. Cada vez más muchachos recurren a estas sustancias para verse más fuertes o rendir mejor en la cama, sin medir las consecuencias reales para su salud.
El tema fue abordado recientemente por la periodista María Isabel Perdigón en un texto publicado en el Periódico Guerrillero, bajo el título “La fuerza prestada”. Allí describe cómo esta práctica se ha ido normalizando poco a poco, colándose “entre rutinas, de boca en boca y detrás de las ganas desesperadas de llegar rápido”. Rápido al cuerpo ideal, rápido a cumplir expectativas, rápido a sentirse suficiente.
Según Perdigón, el número de jóvenes que consume testosterona sin indicación médica para ganar masa muscular va en aumento. Lo mismo ocurre con el Viagra, usado por muchachos que quieren mostrarse “más eficaces” sexualmente. Ninguna de estas sustancias fue creada para ese fin, pero hoy forman parte de una moda silenciosa, peligrosa y bastante reveladora del momento que se vive.
Esta práctica no se anuncia en voz alta. Se mueve entre conversaciones a media voz en el gimnasio, entre susurros de amigos y esa cultura del “yo también” que empuja a muchos a no quedarse atrás. Algunos lo hacen por presión social, otros por inseguridad personal, hasta que el consumo deja de ser secreto y pasa a ser algo que todos saben, pero nadie cuestiona.
Uno de los testimonios recogidos cuenta la historia de un joven que comenzó a usar testosterona para acelerar sus resultados físicos. Semana tras semana se miraba al espejo esperando cambios casi milagrosos. Los cambios llegaron, sí, pero también la factura. “Me veía mejor, pero me sentía peor”, confesó, tras sufrir acné severo, insomnio y cambios bruscos de humor. El cuerpo, como bien dice el texto, es sabio… y cobra caro los abusos.
En cuanto al Viagra, la periodista alerta que se ha convertido en una especie de amuleto moderno. Muchos jóvenes creen que la potencia sexual define su valor como hombres y recurren a la pastilla azul como si fuera un refuerzo de autoestima. El problema es que no se trata de un caramelo inofensivo, sino de un medicamento que actúa directamente sobre el sistema cardiovascular.
Algunos incluso lo mezclan con alcohol o lo toman “por si acaso”, aunque no exista ningún problema real. Los efectos secundarios no tardan en aparecer: taquicardias, subidas peligrosas de la presión arterial y sustos que nadie quiere admitir en voz alta, porque reconocer miedo parece peor que reconocer el consumo.
Los especialistas consultados advierten que el uso indiscriminado de testosterona puede afectar el corazón, dañar el hígado, alterar el metabolismo, reducir la fertilidad y provocar cambios emocionales impredecibles. En el caso del Viagra, recuerdan que no está diseñado para jóvenes sanos y mucho menos para ser usado como símbolo de masculinidad.
Detrás de todo esto, explica Perdigón, hay un trasfondo emocional profundo: modelos irreales impuestos por redes sociales, presión constante y una idea distorsionada de lo que significa “ser hombre”. El gimnasio se convierte entonces en el único espacio donde muchos sienten control, donde pueden moldear, aunque sea por un rato, la versión que desean ser.
El problema surge cuando el progreso natural no avanza al ritmo de las angustias internas y aparece la tentación de forzar el cuerpo más allá de lo sensato. La periodista cierra con una reflexión clara: la fuerza verdadera no viene de una jeringuilla ni de una pastilla azul. Y quizás, más que prohibir o señalar, lo que hace falta es escuchar, acompañar y explicar antes de que el daño sea irreversible.










