Cuba vive un crecimiento sostenido del consumo y tráfico de cannabinoides sintéticos, una realidad que el propio régimen ya no puede esconder. Al menos 40 variantes de estas sustancias circulan actualmente en el país, golpeando con especial fuerza a los jóvenes y dejando en evidencia el fracaso de un sistema que reacciona tarde y siempre desde la represión.
Las autoridades insisten ahora en reforzar el discurso preventivo, sobre todo entre adolescentes y jóvenes, mientras reconocen que provincias como Holguín están entre las más afectadas a nivel nacional. Así lo admitió el periódico oficial ¡Ahora!, en lo que parece más un intento de control de daños que una solución real al problema.
Durante un encuentro realizado en el aeropuerto internacional Frank País García, en Holguín, como parte de la Décima Operación de Prevención y Enfrentamiento a las Drogas, funcionarios confirmaron que en Cuba circulan 40 variantes de cannabinoides sintéticos, conocidos en la calle como “químico” o “papelillo”, de un total de 245 identificados en el mundo. Un dato alarmante que demuestra cuán profundo ha calado el fenómeno dentro de la Isla.
Estas drogas, baratas de producir y extremadamente rentables, se han convertido en una de las más consumidas y perseguidas entre los jóvenes. El fiscal Fernando Sera Plana reconoció que los métodos de entrada y distribución han cambiado, permitiendo que estas sustancias lleguen incluso impregnadas en papel, burlando controles que el Estado presume tener.
Según explicó, una dosis mínima de apenas 0,01 gramos puede venderse hasta por 300 pesos, y el tráfico, que antes se concentraba en La Habana, ahora fluye hacia el oriente del país, especialmente hacia Holguín. “De un pedazo de papel del tamaño de un carnet salen hasta 300 dosis”, admitió el funcionario, describiendo un negocio rápido, barato y letal.
Desde el sector de la salud, la doctora Yoiset Alcolea Montoya reveló lo que muchos ya sospechaban: el llamado “químico” es una mezcla descontrolada de sustancias altamente tóxicas, que puede incluir formol, acetona, marihuana, cocaína, medicamentos psiquiátricos y hasta anestésicos de uso veterinario. Todo sin control alguno y con consecuencias devastadoras para la salud física y mental, incluso con riesgo de muerte.
Mientras tanto, desde el aparato burocrático, se repite el guion de siempre. Funcionarios hablan de fortalecer alianzas institucionales, modificar normas penales y fomentar una “cultura de rechazo”, aunque el consumo sigue creciendo y las redes de tráfico se adaptan más rápido que el Estado.
La directora provincial de Justicia en Holguín, Carmen Gertrudys Bejerano Tamayo, explicó que se han creado subgrupos de enfrentamiento presididos por vicegobernadores e integrados por múltiples organismos. Mucha estructura, muchas siglas y pocos resultados visibles, mientras el químico sigue llegando a las manos de los jóvenes.
La Aduana de Holguín reportó varias detecciones durante el año, sobre todo de cigarros electrónicos y medicamentos controlados, en un contexto marcado por la aparición constante de nuevas drogas sintéticas. Aun así, las propias autoridades reconocen que persisten vulnerabilidades graves en los controles fronterizos.
Semanas atrás, el Ministerio del Interior intentó desviar la atención atribuyendo el origen del “químico” al mercado estadounidense, una narrativa conveniente que evita mirar hacia dentro. Sin embargo, entre 2024 y diciembre de 2025 se han detectado 72 operaciones de tráfico vinculadas a marihuana, cocaína, metanfetamina y cannabinoides sintéticos, procedentes de 11 orígenes distintos, según admitió el coronel Juan Carlos Poey Guerra.
En paralelo, el régimen se apresuró a negar cualquier vínculo con el narcotráfico internacional, intentando frenar el impacto político de las declaraciones de Hugo “El Pollo” Carvajal, quien señaló directamente a La Habana en la red del Cártel de los Soles. La negación fue rápida, la transparencia inexistente.
La versión oficial insiste en una política de “tolerancia cero”, pero los hechos cuentan otra historia. El químico sigue circulando, el consumo crece y los jóvenes pagan el precio de un sistema que combina precariedad, desesperanza y falta de futuro.










