El superyate del multimillonario francés Bernard Arnault, fundador del imperio Louis Vuitton, atracó el pasado domingo en el puerto de La Habana y dejó una imagen difícil de digerir incluso para los cubanos más curtidos. Lujo extremo flotando a pocos metros de un país hundido en la pobreza, tras más de seis décadas de dictadura comunista.
La embarcación, valorada en alrededor de 150 millones de dólares y con una eslora de 101 metros, no pasó desapercibida. Más que una curiosidad marítima, se convirtió en un símbolo brutal del contraste social que define hoy a Cuba. Mientras millones de personas sobreviven entre apagones, escasez de comida, falta de medicamentos y salarios pulverizados, el régimen abrió sus brazos —y su puerto— al lujo más obsceno.
Como era de esperar, la llegada del yate vino acompañada de un fuerte despliegue policial. Patrullas, restricciones y prohibiciones tomaron el Malecón habanero para proteger el juguete flotante del magnate, incluso impidiendo actividades tan básicas como la pesca en zonas cercanas. En Cuba, el lujo ajeno se cuida mejor que los derechos propios.
La escena no es casual ni aislada. Es parte de un patrón que se repite en regímenes autoritarios como el cubano o el venezolano, donde el discurso de igualdad termina generando una desigualdad obscena, reservando privilegios para una élite mientras el pueblo paga el precio del fracaso ideológico.
El yate, diseñado para alojar a 16 invitados en ocho camarotes y atendido por una tripulación de 27 personas, cuenta con piscinas, jacuzzis y comodidades propias de un hotel de cinco estrellas. Un palacio flotante que contrasta con los edificios derrumbados y los refrigeradores vacíos que rodean el puerto. Tan grande es la embarcación que en 2023 ni siquiera pudo atracar en Nápoles por restricciones de tamaño, pero en La Habana sí hubo espacio… y silencio cómplice.
Bernard Arnault, lujo global y poder económico
Arnault no es un turista cualquiera. Es uno de los hombres más ricos del planeta y el cerebro detrás del conglomerado LVMH, que agrupa marcas como Louis Vuitton, Dior y Moët & Chandon. Controla casi la mitad del capital de la empresa, por lo que su fortuna depende en gran medida del comportamiento bursátil del grupo.
En los últimos años, su patrimonio ha oscilado entre cifras astronómicas. En 2023 alcanzó picos de más de 230 mil millones de dólares. Aunque en 2024 y 2025 su fortuna se ha ajustado, sigue moviéndose entre los 180 y 190 mil millones, manteniéndolo cómodamente en el podio de los más ricos del mundo, incluso superando a Elon Musk en algunos momentos.
Para los ultrarricos, los superyates no son solo un capricho. Son símbolos de estatus, poder y exclusividad, espacios de privacidad absoluta donde el dinero compra silencio, distancia y comodidad. Algunos incluso los ven como inversiones o plataformas ideales para negocios y entretenimiento lejos de miradas indiscretas.







