La actriz cubana Belissa Cruz aseguró que recibió amenazas de muerte luego de protagonizar un anuncio publicitario de plantas eléctricas en Cuba, un spot que no tardó en incendiar las redes sociales y destapar, una vez más, la desconexión brutal entre el discurso comercial y la realidad del país.
El video, difundido en febrero de 2025, promovía un generador con panel solar comercializado por una Mipyme que opera en la Isla. La propuesta se vendía como “solución” a los apagones interminables que castigan a millones de cubanos, pero para muchos fue percibida como una burla cruel en medio del colapso energético.
En el anuncio, Cruz reconocía el cansancio, la frustración y la desesperación popular. Hasta ahí, todo parecía ir por el camino correcto. El problema llegó cuando la “salida” que proponía no era protestar, ni exigir derechos, ni cuestionar al responsable del desastre, sino simplemente comprar una planta eléctrica, como si el salario promedio alcanzara para eso y como si el problema fuera individual y no estructural.
Las críticas no se hicieron esperar. En redes sociales, miles de usuarios calificaron el mensaje de insensible, elitista y completamente alejado del cubano que sobrevive apagón tras apagón sin dinero, sin opciones y sin voz. No era solo un anuncio, era una postal del cinismo normalizado.
En una entrevista concedida a La Familia Cubana, proyecto del que ella misma forma parte, la actriz afirmó que tras la difusión del spot recibió amenazas, incluso contra su hijo. Según relató, enfrentó ese momento con serenidad, ignorando los ataques y reafirmándose en su autoestima. “Que digan lo que quieran, yo soy un tronco de ser humano”, soltó, con más seguridad que autocrítica.
Cruz reconoció además que el guion del anuncio fue escrito por ella misma, aunque insistió en que su mensaje fue sacado de contexto. A su juicio, el problema no estuvo en lo que dijo, sino en cómo otros decidieron interpretarlo. Una explicación que no termina de convencer cuando el contexto es un país apagado, empobrecido y sin margen para la ironía comercial.
“Jamás quise burlarme de nadie”, aseguró. Sin embargo, admitió que el anuncio cumplió su objetivo principal: llamar la atención. No importó que fuera en negativo. No importó el rechazo social. No importó la indignación colectiva. Las plantas se vendieron.
Y ahí está el punto incómodo que nadie quiere decir en voz alta. En Cuba, el negocio siempre termina teniendo más peso que la empatía, incluso cuando se juega con el dolor ajeno. La propia actriz defendió haber continuado su relación laboral con la empresa porque, al final, el producto se agotó.
Paradójicamente, Cruz recordó que ella misma ha sufrido apagones, abanicando a su hijo con un cartón, como millones de madres cubanas. Pero esa vivencia, lejos de frenar el mensaje, fue usada para justificarlo como una estrategia de impacto. Funcionó, dijo. Aunque fuera mal.
Más allá de las amenazas —que nunca son justificables—, el caso deja al descubierto algo más profundo y peligroso: la normalización de un discurso que traslada la responsabilidad del desastre al ciudadano, mientras el régimen sigue intacto, impune y cómodo en la oscuridad… con planta eléctrica incluida.
Belissa Cruz no es la causa del apagón nacional, pero su anuncio terminó siendo el símbolo perfecto de una Cuba donde la crisis se mercantiliza, la indignación se desprecia y el que no puede comprar, que aguante. En ese país, la luz no vuelve por derecho, vuelve si puedes pagarla. Y si no, aplaude el spot… a oscuras.










