En Cuba, las “buenas noticias” ya no llegan en millones ni en inversiones, sino en contenedores. Tres, para ser exactos. El Ministerio del Comercio Exterior y la Inversión Extranjera anunció con tono triunfalista la llegada de una “importante donación” de sopas instantáneas enviadas desde Vietnam para los damnificados por el huracán Melissa. Y así, sin sonrojarse, el régimen volvió a convertir la caridad en noticia de Estado.
Desde su cuenta oficial, el MINCEX agradeció el gesto “profundamente solidario” de la empresa vietnamita Thai Binh Investment & Trading, destacando su supuesto “compromiso social” con el pueblo cubano. La propaganda, como siempre, venía incluida en el paquete, aunque el contenido real fueran simples fideos de sobre.
Al frente del ministerio está Óscar Pérez-Oliva Fraga, sobrino-nieto de Fidel y Raúl Castro, un funcionario que lleva más de un año y medio dirigiendo una cartera donde la palabra “inversión” se repite mucho más de lo que se concreta. Bajo su mando, el MINCEX celebró la llegada de tres contenedores de sopa instantánea valorados en poco más de 133 mil dólares, una cifra que, sin quererlo, resume el tamaño exacto del naufragio económico cubano.
Mientras el heredero del apellido convierte fideos en logro político, la inversión extranjera continúa en estado vegetativo. Los proyectos que el régimen vendió durante años como “motores del desarrollo”, desde el Mariel hasta los polos inversionistas, siguen atrapados entre la falta de liquidez, la desconfianza internacional y las propias trabas del sistema que dice promoverlos.
Ascendido a viceprimer ministro y estrenado como diputado de la Asamblea Nacional, Pérez-Oliva asumió el MINCEX tras la salida de Ricardo Cabrisas prometiendo modernizar el clima de negocios y reorganizar la deuda externa con socios como Rusia y China. Hasta ahora, esas promesas se han quedado en discursos, reuniones protocolares y comunicados cuidadosamente redactados. No hay acuerdos firmados, ni nuevos créditos anunciados, ni señales reales de oxígeno financiero.
Eso sí, gestos simbólicos sobran. Donde antes se anunciaban megaproyectos, hoy se aplauden sopas instantáneas. El chiste se cuenta solo: un país que exportó azúcar y mariscos ahora agradece fideos de emergencia como si fueran oro.
El discurso oficial insiste en que la cooperación internacional se fortalece y que Vietnam es un ejemplo de “solidaridad entre pueblos hermanos”. Pero detrás del lenguaje diplomático se esconde una verdad incómoda: Cuba no tiene nada que ofrecer a cambio, salvo agradecimientos públicos y fotos para las redes sociales. La deuda crece, la producción no despega y los ministros —con o sin parentesco histórico— posan sonrientes junto a cargamentos humanitarios.
Durante su gestión, Pérez-Oliva ha desfilado por foros y encuentros con empresarios asiáticos y caribeños, repitiendo el mantra de la “atracción de inversión extranjera” y las “nuevas oportunidades estratégicas”. Sin embargo, las cifras oficiales siguen en mínimos históricos y los inversores continúan huyendo de la burocracia, la inseguridad jurídica y el caos monetario.
En medio de ese panorama, el régimen necesita victorias simbólicas. Y ahí entran los fideos vietnamitas, elevados a la categoría de gran logro económico. La foto vale más que la comida, porque sirve para vender la idea de que “Cuba no está sola”, aunque lo que llegue sean sopas instantáneas, una fórmula propagandística perfeccionada desde hace décadas.
Pérez-Oliva Fraga, heredero del apellido y de la retórica, parece haber aprendido bien la lección familiar: cuando no hay resultados, se fabrica la apariencia de éxito. Hoy son tres contenedores de sopa; mañana será arroz, pañales o cualquier otro donativo presentado como triunfo diplomático.










