Dos meses después del paso del huracán Melissa por el oriente cubano, el Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil decidió que Santiago de Cuba ya puede respirar tranquila. Según su Nota Informativa No. 10, la provincia ha entrado oficialmente en “fase de normalidad”, gracias a la supuesta rehabilitación de los servicios vitales y al “esfuerzo” de las autoridades locales.
La pregunta en la calle es una sola: ¿normalidad para quién?
Porque en los barrios, lejos de los partes triunfalistas, la realidad sigue siendo dura, visible y muy poco maquillable. Viviendas aún destruidas, techos improvisados con nailon, cartón o planchas rescatadas de quién sabe dónde, familias que dependen de pipas para poder tomar agua y apagones diarios que no entienden de fases ni comunicados.
“Hay que tener la cara dura”, escribió una santiaguera en Facebook. “Hace dos meses pasó el huracán y no han dado ni materiales ni donaciones. Pero claro, el bloqueo es el culpable de todo”, soltó con ironía. El sarcasmo, ya se sabe, es el último refugio cuando la paciencia se agota.
Otros comentarios apuntaron a lo que cualquiera puede ver caminando la ciudad. Calles llenas de microvertederos, basura acumulada por semanas y un ambiente perfecto para enfermedades. “¿De qué recuperación hablan?”, preguntó otro usuario. Una normalidad con mosquitos, basura y abandono no es normalidad, es resignación forzada.
Mientras el Gobierno se apura en cerrar etapas administrativas, la recuperación real ha sido lenta y desigual. Las zonas céntricas y visibles reciben algo de atención, mientras comunidades rurales y barrios periféricos siguen esperando. Esperando materiales. Esperando respuestas. Esperando que alguien se acuerde de ellos.
El comunicado oficial, eso sí, no olvidó felicitarse a sí mismo. Reconoció la labor de las estructuras administrativas, de los medios estatales y la “disciplina del pueblo”. Lo que no incluyó fueron cifras claras sobre cuántas viviendas han sido reparadas, cuántas familias siguen damnificadas o dónde fueron a parar los recursos destinados a la reconstrucción. La transparencia, como siempre, quedó fuera del parte.
El huracán Melissa golpeó el oriente cubano a finales de octubre, dejando daños severos en infraestructuras, cosechas y redes eléctricas. Dos meses después, declarar la “normalidad” no parece un reflejo de la realidad, sino una estrategia para pasar la página sin resolver el problema.
En Santiago de Cuba, la recuperación sigue siendo más un titular que una experiencia cotidiana. Y mientras el Estado declara etapas superadas desde una oficina, el pueblo sigue viviendo entre escombros, apagones y promesas recicladas. Esa, al parecer, es la normalidad revolucionaria.







