El propio Ministerio de Salud Pública terminó admitiendo lo que millones de cubanos padecen a diario: el país apenas dispone del 40% de los medicamentos que deberían estar circulando. Una confesión que llega tarde y mal, envuelta en justificaciones políticas y sin una sola solución real para los pacientes.
En un reportaje publicado por el medio oficialista Cubadebate, directivos del MINSAP describieron el panorama como una “situación bastante compleja”. Traducción al idioma de la calle: no hay medicinas, ni para dolores simples ni para enfermedades crónicas. Pero, fiel al libreto, el régimen volvió a culpar al embargo estadounidense y al supuesto “asedio financiero”, evitando mencionar la ruina industrial, la falta de inversión y el abandono de las fábricas nacionales de fármacos.
Maylin Beltrán Delgado, jefa del Departamento de Farmacias y Ópticas del MINSAP, reconoció que hasta octubre se habían detectado más de 30 “hechos extraordinarios” en la red farmacéutica. Robos, irregularidades y casos relacionados con sustancias controladas fueron presentados como parte del problema, aunque en realidad son síntomas de un sistema colapsado, no su causa.
La respuesta del Estado no fue producir más medicamentos ni garantizar el suministro, sino desplegar controles. Más de cinco mil operativos conjuntos con el Ministerio del Interior se realizaron en farmacias de todo el país. Más policías que pastillas, más vigilancia que soluciones. El reflejo clásico de un régimen que confunde autoridad con eficiencia.
El propio Cubadebate, en un raro momento de sinceridad, reconoció que la falta de medicamentos es prácticamente total y que el Estado no logra asegurar tratamientos básicos para pacientes crónicos. Hipertensos, diabéticos, asmáticos y enfermos cardíacos quedan a la deriva, dependiendo de familiares en el exterior o del mercado informal.
Aun así, el discurso oficial insiste en criminalizar la venta fuera del sistema estatal, calificándola de delito. Una postura que raya en el cinismo cuando la reventa se ha convertido en la única vía de supervivencia médica para miles de familias. El mercado negro no nació por capricho, sino como respuesta directa al abandono estatal.
Mientras tanto, los ciclos oficiales de distribución se alargan hasta dos meses, las farmacias reciben medicamentos de forma impredecible y la información llega tarde o nunca. Nadie sabe cuándo entra un fármaco, cuánto durará ni si volverá a aparecer.
El patrón se repite una y otra vez. Una crisis creada por la incompetencia del régimen se enfrenta con más control, más amenazas y más castigo al ciudadano, no con inversión, planificación ni responsabilidad. La salud pública cubana, que alguna vez fue exhibida como trofeo ideológico, hoy sobrevive a base de improvisación y propaganda.







