En plena crisis alimentaria, con mercados vacíos, precios por las nubes y una producción agrícola en caída libre, el oficialismo cubano volvió a sacar su comodín favorito: culpar al pueblo. Esta vez fue el doctor Roberto Caballero, miembro del Comité Ejecutivo Nacional de Técnicos Agrícolas y Forestales, quien desde el programa estatal Cuadrando la Caja aseguró que uno de los mayores obstáculos para la llamada soberanía alimentaria en Cuba son los propios hábitos alimenticios de la población.
Según el funcionario, la Ley de Soberanía Alimentaria no solo busca aumentar la producción, sino también reeducar al cubano en lo que debe comer, como si el problema fuera el gusto y no la falta absoluta de comida. En medio del colapso del campo, Caballero afirmó que los cubanos se “acostumbraron” a consumir alimentos que no son propios del país, desviando así la atención de la ineficiencia estructural del modelo agrícola estatal.
Como ejemplo, arremetió contra la papa, asegurando que es un cultivo ajeno al clima cubano y que nunca logró adaptarse del todo. Según su explicación, el Estado gasta más en semillas e insumos que lo que recupera con la cosecha, y recordó que en el pasado grandes cantidades terminaban pudriéndose en frigoríficos antes de llegar a la mesa del consumidor. Todo contado con la naturalidad de quien describe un accidente inevitable y no décadas de mala gestión.
La solución propuesta fue recurrir a cultivos tradicionales como la malanga, el boniato, el ñame o la yuca, productos que supuestamente se dan mejor en la Isla y requieren menos importaciones. El problema es que ni papa, ni malanga, ni boniato aparecen con regularidad en los agromercados, donde lo único estable es la escasez y los precios abusivos. La “riqueza agrícola” de la que habla el discurso oficial no existe en la vida real del cubano.
Pero el comentario que más indignación generó fue su crítica al consumo de arroz, alimento básico en la dieta nacional desde hace generaciones. Caballero llegó a decir que los cubanos “no somos asiáticos” y que comer arroz es un hábito aprendido que puede cambiarse fácilmente. Incluso remató con una sonrisa, afirmando que con la escasez actual “cualquier cosa que pongas en la placita camina”. Traducido al cubano de a pie: come lo que aparezca y no protestes.
Las redes sociales reaccionaron con fuerza ante un discurso que muchos interpretaron como un intento descarado de responsabilizar a la población por una crisis creada por el propio Estado. No faltaron quienes señalaron que en el programa no se escuchó la voz de ningún campesino, solo la versión oficial, cómoda y desconectada del surco y el barro.
Un comentario resumió el sentir de muchos: sin inversión real en el campo no hay producción posible. Mientras el régimen prioriza hoteles vacíos y megaproyectos turísticos que no generan resultados, el sector agrícola sigue abandonado. Al campesino no le conviene producir porque no puede vender libremente, cobra tarde y mal, las tierras están llenas de marabú, las plagas avanzan sin control y criar ganado es casi un delito. Después de más de 60 años de improvisación y fracasos, el régimen pretende ahora que el problema es que el cubano come demasiado arroz.










