“Fin de año sin carne de puerco no es fin de año”, dice una señora en la cola, y los demás se ríen. No por gracia, sino por costumbre. Se ríen sabiendo que ese pedazo de puerco, junto con el arroz, los frijoles y hasta la ilusión, volverá a faltar. Se ríen porque diciembre pasará igual, y después vendrá un enero peor, y luego otro año aún más miserable. En Cuba la esperanza se celebra con ironía.
Alguien responde que diciembre hace rato dejó de ser un mes feliz, con puerco o sin él. Esta vez nadie ríe. Hay caras cansadas, silencios largos, miradas perdidas. La resignación pesa más que la broma. Diciembre ya no duele por lo que falta, sino por lo normalizado que está ese vacío.
En las colas se habla de todo: del exministro caído en desgracia, de donaciones que se anuncian pero no llegan, de apagones eternos, de enfermedades y muertos. Pero de la carne de puerco casi no se habla. Tal vez porque muchos asumieron que no volverán a probarla. Tal vez porque recordar cómo era antes hace más triste el presente. O porque hay ausencias que, cuando se repiten demasiado, dejan de mencionarse.
El puerco no era solo comida. Era ritual. Era el año entero criando un animal para una noche de fiesta. Era el olor del asado, los chicharrones, la familia reunida, la sensación —aunque fuera breve— de que se podía celebrar algo. Todo eso también fue confiscado por la maquinaria de prohibiciones y despojos que los Castro llamaron “construcción del socialismo”.
Hoy la carne de cerdo es el espejo del desastre. Muchos dejaron de producirla porque no tienen ni con qué alimentar las crías. Y quienes sueñan con comerla se enfrentan a precios obscenos. La libra ronda los mil pesos, una cifra que se come medio salario o casi una pensión completa. Comer puerco en Cuba se volvió un acto de lujo o de nostalgia.
Sin dólares no hay puerco. Así de simple. En mercados estatales, mipymes, ventas online y tarimas improvisadas, los precios suben mientras se acerca diciembre. Quien esperó un milagro, ya entendió que el régimen no regala alivios. Al contrario, suele escoger estas fechas para apretar más. Más controles, más redadas, más “cacerías de brujas”.
Muchos negocios privados cerraron porque les cortaron el acceso a dólares, porque no pueden pagar importaciones, porque los obligaron a aceptar pagos digitales que luego no sirven para reponer mercancía. Contenedores de alimentos no llegaron, fueron cancelados o quedaron varados en puertos, secuestrados por investigaciones policiales bajo el cuento del “tráfico de divisas”. En Cuba, intentar prosperar sigue siendo sospechoso.
José Luis, cuentapropista habanero, lo dice sin rodeos: nadie vende al por mayor si no es en dólares. Buscar carne importada es más fácil que tratar con productores nacionales asfixiados por costos imposibles. El pienso importado cuesta uno o dos dólares el kilo, pero en Cuba se dispara a cientos de pesos. Desde Europa, el disparate es aún mayor.
Jaime Rodríguez, pequeño productor de Alquízar, hace cuentas que no cierran. Un puerco come dos kilos diarios. El sancocho cuesta una fortuna. Si vende la libra por menos de 600 pesos, pierde dinero. Producir carne en Cuba es trabajar para quebrar.
Por eso muchos productores dejaron el campo y pasaron a revender carne importada. Julio Leyva lo explica con crudeza. Antes invertía miles y sudaba un año entero para ganar casi nada, siempre ilegalizado, siempre perseguido. Ahora invierte lo mismo y gana el doble en meses, sin criar animales, sin granjas, sin darle nada al Estado. El problema nunca fue el trabajo. Fue el gobierno.
De vuelta a la cola del pan, Alicia cuenta billetes de diez pesos con manos temblorosas. Ahorró todo el año para diciembre, pero el dinero se le fue en medicamentos tras el chikungunya. Otro fin de año sin puerco. El anterior se le fue en una bala de gas. Para ella, el 2025 ya se acabó.
La vendedora le responde con una historia parecida. En su casa tampoco habrá puerco. Entre apagones, enfermedades y “Tía Tata cuenta cuentos”, si llegan unas croquetas el 31 será un milagro. Dos posticas de pollo esperan para cuando regrese la hija de la beca. Después, que Dios provea.
Demasiados años acumulando miseria. Huracanes, virus, hambre, apagones. Dolarización forzada, paquetazos, tarifas abusivas, notas informativas siempre malas. Una economía sostenida por remesas y limosnas externas. Y diciembre, que antes traía olor a puerco asado, ahora llega con frustración y derrota.
Tal vez los cubanos crucemos otro año nuevo sin el pedazo de carne que nunca faltó, ni siquiera en los peores tiempos. Y eso, más que hambre, es la prueba definitiva de un país al que le robaron hasta sus tradiciones.










