Pescadores cubanos que trabajan para el régimen denuncian pésimas condiciones salariales: «Pagan tarde, mal y nunca»

Redacción

En la Cuba de hoy, el mar dejó de ser promesa y se convirtió en condena. Aquel océano inmenso que Hemingway pintó como símbolo de dignidad y resistencia es ahora un espacio vigilado, reglamentado y exprimido hasta el último pez. Para los pescadores cubanos, salir a faenar ya no es un acto de libertad, sino una batalla diaria contra el abandono y el control estatal.

El Estado decide qué se pesca, cuánto se entrega y cuándo —si acaso— se paga. La ley obliga a los pescadores a entregar la mayor parte de sus capturas a empresas estatales que pagan tarde, mal y nunca, según denuncias recogidas por Cubanet. Mientras tanto, la comida no llega ni al plato del pescador ni a la mesa del cubano común.

En Cienfuegos, varios hombres del mar describen una rutina marcada por salarios miserables, meses de espera para cobrar y el temor constante a multas, decomisos o sanciones. El sistema los mantiene atrapados: trabajan, entregan y sobreviven… si pueden.

Modesto, pescador jubilado, lo resume sin metáforas. Más de medio siglo en el mar y una pensión de 1.543 pesos. Cincuenta años jugándose la vida para terminar contando monedas. Desde los 13 años pescando, enfrentando tiburones de toneladas, entregando cifras enormes de pescado al Estado, y hoy apenas puede sostenerse. No es nostalgia lo que expresa. Es rabia. Es dolor.

Como él, miles. Embarcaciones viejas, motores rotos, piezas inexistentes. El combustible, cuando aparece, cuesta más que lo que pagan por una jornada entera. Y si alguno intenta vender una parte de su pesca por fuera para sobrevivir, el castigo cae rápido: inspectores, multas, decomisos, amenazas. El mensaje es claro: el mar es del Estado, incluso cuando no lo cuida.

Entre 2023 y 2024, el propio gobierno reconoció miles de sanciones a pescadores y el decomiso de más de 87 toneladas de productos pesqueros, además de multas que superan los siete millones de pesos. El problema no es la ilegalidad. El problema es un sistema que criminaliza al que produce y protege al que no cumple.

En los muelles, las redes se secan al sol mientras las lanchas se oxidan. Los pescadores siguen soñando con algo elemental: pescar para vivir, no para deber. Pero ese sueño choca con una realidad absurda: en una isla rodeada de agua, el pescado es un lujo.

El régimen culpa al mar. Dice que ya no hay peces. En 2023, la viceministra de la Industria Alimentaria aseguró en la Mesa Redonda que la escasez se debía al “agotamiento de las aguas”. También dijeron que la langosta “huye” de Cuba. Curiosa huida: desaparece del plato del cubano, pero sigue apareciendo en exportaciones y restaurantes para turistas.

La verdad es otra. El problema no está en el mar, sino en el modelo. Un modelo que exprime al pescador, castiga al que produce y luego se sorprende de que no haya pescado. Un sistema que convierte al mar en frontera interna y al trabajador en sospechoso permanente.

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