Por más que algunos funcionarios intenten sacar el arroz y la papa del plato cubano, la realidad es terca. Estos alimentos están tan metidos en nuestra historia como el café colado en media o el pan con croqueta de la esquina. No son un “hábito adquirido”, son memoria, cultura y supervivencia.
Esta semana, un funcionario del régimen se lanzó a cuestionar el lugar del arroz y la papa en la dieta nacional, calificándolos de costumbres importadas y ajenas a la identidad cubana. Para rematar, los señaló como responsables de la crisis agroalimentaria, como si el problema fuera lo que come el pueblo y no décadas de mala gestión, improvisación y control absoluto del campo.
La respuesta no se hizo esperar. En redes sociales, el malestar fue evidente. Muchos recordaron que basta abrir los viejos recetarios de Nitza Villapol y Martha Martínez, aquellas biblias domésticas de Cocina al minuto de 1956, para entender que el arroz y la papa llevan generaciones reinando en los fogones de la Isla.
Nitza dedicó páginas enteras al arroz, convertido en protagonista de platos que hoy suenan a lujo perdido. Arroz con pollo, a la jardinera, con jamón, con quimbombó o frito al estilo cubano, siempre con ese toque criollo que transformaba lo sencillo en comida de fiesta. No era moda ni imposición: era lo que había y lo que sabíamos cocinar bien.
La papa tampoco falta en el imaginario colectivo. Ha acompañado a la carne cuando existía, ha salvado almuerzos imposibles y ha sido protagonista de mesas humildes y celebraciones familiares. Entre apagones, domingos sin transporte y cumpleaños improvisados, la papa siempre estuvo ahí, resolviendo.
Hoy, en una Cuba donde conseguir una libra de arroz puede ser más difícil que conseguir una visa, rescatar esas recetas es mucho más que nostalgia. Es resistencia pura. Cocinar con lo que aparece, inventar sin perder el sabor y reírse del desastre ha sido una forma silenciosa de sobrevivir al sistema.
Porque más allá del desastre económico, el arroz con pollo sigue oliendo a casa, y unas papas doradas al sartén siguen sabiendo a infancia. Ningún discurso oficial va a convencer a un cubano de que esos sabores “no son nuestros”, porque cada plato guarda un pedazo de historia que el régimen no puede borrar.
Tal vez por eso, si Nitza Villapol estuviera viva, solo levantaría una ceja y respondería con la calma de quien manda en la cocina: “El arroz y la papa podrán haber llegado de fuera, pero en Cuba hace rato que son patriotas”.










