Denuncia por racismo en redes sociales vuelve a poner bajo la lupa a los dueños de la Fábrica de Arte Cubano en La Habana

Redacción

Una denuncia publicada en Facebook por el joven cubano Alejandro Bridon Mesa ha vuelto a poner bajo la lupa a la Fábrica de Arte Cubano (FAC), uno de los espacios culturales más promocionados de La Habana, acusado ahora de prácticas discriminatorias que chocan de frente con el discurso oficial de inclusión y diversidad.

El hecho ocurrió la noche del 26 de diciembre, alrededor de las diez. Alejandro llegó a la FAC acompañado de dos amigas con la intención de celebrar el cumpleaños de Arianna al día siguiente. La idea era sencilla: compartir en un espacio que se vende como cultural, abierto y plural. La realidad fue otra.

Según relata, hicieron la fila como cualquier persona. Delante de ellos, extranjeros y personas blancas entraban sin problemas. Pero al llegar su turno, un trabajador de seguridad —negro, como ellos— los separó y les informó que no podían acceder por “derecho de admisión”. Sin más.

No hubo explicación. Ni un motivo, ni una palabra. Solo silencio. La escena se volvió todavía más reveladora cuando otra mujer negra fue detenida también, hasta que aclaró que no era cubana. Entonces sí, pasó sin obstáculos. El mensaje fue claro, aunque nadie lo dijera en voz alta.

Alejandro intentó dialogar. Explicó que celebraban un cumpleaños, pidió al menos una razón. La respuesta fue el mutismo absoluto. Ese silencio, más que una negativa, fue una humillación.

El llamado “derecho de admisión”, que en teoría debería proteger el orden y la seguridad, termina funcionando en Cuba como una herramienta arbitraria para excluir, especialmente cuando no se acompaña de criterios claros ni de transparencia. Cuando no hay explicación, lo que queda es la sospecha. Y en este caso, la sospecha apunta al racismo y a la discriminación por origen.

Ser negro y ser cubano no debería ser un problema en ningún espacio cultural del país. Sin embargo, lo ocurrido en la FAC demuestra cómo persisten lógicas coloniales, donde el extranjero y el blanco son bienvenidos, mientras el cubano negro es observado, filtrado y descartado.

Lo más duro no fue solo que les negaran la entrada, sino la manera. Como si no merecieran ni una explicación. Como si su presencia estorbara. Como si fueran invisibles. Esa violencia no siempre grita; muchas veces se expresa en gestos fríos y silencios calculados.

Alejandro señala algo aún más incómodo: que el silencio del trabajador que les negó la entrada no es solo un acto individual, sino el reflejo de un sistema que enseña a reproducir la exclusión, incluso entre quienes comparten el mismo color de piel y la misma realidad social. Racismo estructural en estado puro.

Por eso decidió escribir y denunciar. Porque callar normaliza. Porque lo sucedido no es una anécdota aislada, sino una denuncia política y humana. La cultura no puede convertirse en un club de privilegios donde unos entran y otros se quedan mirando desde la acera.

Si la Fábrica de Arte Cubano aspira a representar lo mejor de la cultura nacional, tiene que empezar por respetar la dignidad de su propio pueblo. No basta con discursos bonitos ni con murales alternativos si en la puerta se discrimina.

Lo ocurrido esa noche es un recordatorio incómodo de cuánto falta por cambiar. No sirve abrir espacios si se cierran conciencias. No hay cultura verdadera donde se niega el respeto.

Alejandro lo deja claro: ser negro y ser cubano es motivo de orgullo, nunca de vergüenza. Y denunciar estas injusticias no divide, educa. Incomoda, sí, pero también despierta.

Habilitar notificaciones OK Más adelante