Doctor en Ciencias que soltó que el «arroz y la papa» no deberían ser tan consumidos por los cubanos da marcha atrás y se retracta públicamente

Redacción

Las declaraciones de Roberto Caballero Grande en el programa oficialista Cuadrando la Caja han vuelto a encender la indignación popular. No por sorpresa, sino por hartazgo. En su intervención, el doctor en Ciencias y miembro del engranaje técnico del Estado insinuó que en Cuba se consume demasiado arroz y demasiada papa, como si el drama alimentario del país fuera un asunto de costumbre y no de colapso productivo.

Caballero llegó incluso a recordar que el arroz es asiático y la papa andina, sugiriendo que el cubano debería mirar más hacia la yuca, “como hacían los aborígenes”. Una comparación que, lejos de sonar académica, cayó como una burla en un país donde comer ya es un acto de resistencia.

Ante el aluvión de críticas, el funcionario salió días después a matizar sus palabras en Facebook. Aseguró que nunca propuso eliminar el arroz ni la papa de la dieta nacional, sino promover una alimentación “más balanceada”. El problema es que ese discurso llega desde un estudio de televisión, no desde una bodega vacía.

Según Caballero, la obsesión histórica del Estado con el arroz ha provocado el abandono de otros cultivos como la yuca. Lo curioso es que, después de décadas de planificación centralizada, no hay ni arroz ni yuca, una paradoja que el propio sistema se niega a asumir como fracaso.

También reconoció que la papa jamás llegó de forma equitativa al país y que más de la mitad de la población apenas la probó incluso en los años “buenos”. Otra verdad dicha a medias, porque el problema nunca fue la geografía, sino la ineficiencia crónica de un modelo que controla todo y no resuelve nada.

Caballero defendió su derecho a opinar y recordó que lleva más de 20 años fuera de entidades estatales. Sin embargo, su discurso sigue orbitando alrededor de la narrativa oficial: ajustar expectativas, redefinir la dieta, bajar la cabeza y adaptarse a la escasez como si fuera un fenómeno natural y no el resultado de decisiones políticas.

En contraste, el economista Pedro Monreal desmontó sin rodeos la tesis del “exceso de arroz”. Los datos son claros y demoledores. El consumo no cayó porque el cubano coma demasiado, sino porque no hay arroz. En 2023, la disponibilidad fue más de un 40 % menor que en 2005. La producción se desplomó desde 2019 y la superficie cultivada, sobre todo en manos no estatales, fue prácticamente aniquilada.

Ni siquiera las importaciones han logrado cubrir la demanda nacional. Para Monreal, la raíz del problema es evidente: la incapacidad del sistema económico cubano para producir alimentos de manera sostenida. Culpar al cubano por comer arroz no solo es falso, es ofensivo.

Mientras desde la televisión se habla de dietas balanceadas y tubérculos resistentes, en la calle la realidad es otra. La gente no elige qué comer, come lo que aparece. Y cada vez aparece menos.

El debate deja una cosa clara: el problema alimentario de Cuba no está en la mesa del pueblo, sino en el modelo que la dejó vacía. Y por mucha yuca que se invoque, sin cambios estructurales reales, lo único endémico seguirá siendo el hambre.

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