El humorista cubano Geonel Martín, eterno Gustavito para el público de la Isla, dejó una confesión que ha dado de qué hablar entre sus seguidores. En una reciente entrevista en el pódcast La Familia Cubana, respondió sin titubeos cuando le preguntaron dónde había sido más feliz: en Cuba. Pero esa frase, lejos de ser una postal romántica, venía con letra pequeña… y bastante dura.
“En Cuba, hasta que vine para acá”, dijo, dejando claro que la felicidad no siempre alcanza para sostener una vida. Gustavito explicó que su salida del país no fue por gusto ni por moda, sino por necesidad. La necesidad de darle un futuro real a sus hijos, algo que, según sus propias palabras, hoy Cuba no puede garantizar.
“Quería ser más feliz y porque mis hijos necesitaban un país como este y no como Cuba, que está destruido”, afirmó sin adornos. Una frase que resume el dilema de miles de cubanos: amar su tierra, pero no poder quedarse en ella.
Durante la conversación, el comediante recordó uno de los momentos más emotivos de su carrera reciente. Tras dos años sin actuar en la Isla, regresó para una gira en Matanzas y se encontró con una cola interminable de personas esperando verlo. Aquella escena lo desarmó. “Lloré cuando vi hasta dónde llegaba la cola. Todo eso era por mí”, contó, visiblemente marcado por el cariño del público.
Ese vínculo con la gente llevó al entrevistador a hacerle la pregunta inevitable: si no sentía que Cuba seguía siendo su lugar, su casa. La respuesta fue tan honesta como incómoda. Gustavito describió ese vaivén emocional que persigue a muchos emigrantes: llega a Cuba y a los pocos días extraña Estados Unidos; vuelve a Estados Unidos y a los pocos días extraña Cuba. Un desarraigo permanente que no se cura con pasajes ni aplausos.
Sus palabras no idealizan la emigración ni romantizan la permanencia. Son el retrato crudo de una realidad fracturada. Cuba sigue siendo el espacio de los afectos, de los recuerdos, del reconocimiento popular. Pero también es un país donde cada vez resulta más difícil construir un mañana.
Gustavito lo entiende y no lo esconde. La nostalgia sigue ahí, pero no paga escuelas, no llena neveras ni garantiza estabilidad. Por eso se fue. No porque dejara de querer a Cuba, sino porque Cuba dejó de poder cuidar a los suyos.
Y quizás por eso su testimonio cala tanto. Porque no es propaganda ni pose. Es la voz de alguien que se fue con dolor, que recuerda con cariño, y que sabe —como tantos— que la felicidad, cuando no tiene futuro, termina siendo solo un recuerdo.










