Perseguidas y amadas, el negocio clandestino de las mesas de billar en Cuba

Redacción

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Perseguidas y amadas, el negocio clandestino de las mesas de billar en Cuba

Hace tres décadas las mesas de billar prácticamente no existían en Cuba. Tras haber sido uno de los juegos de mesa más practicados antes de 1959 (el país llegó a contar hasta con un campeón mundial Alfredo de Oro), el gobierno de Fidel Castro consideró que era un rezagó del pasado capitalista y una fuente de corrupción moral, así que las mesas fueron destruidas en su gran mayoría y el billar se convirtió en una de las tantas prohibiciones “no escritas” que existían en la Isla.

Ahora, cuando las presiones han cedido en la Isla, el billar ha vuelto por sus fueros y algunos emprendedores lo han convertido en una jugosa fuente de ingresos.

Uno de ellos es Heidy, una joven que desde hace cinco años alquila la mesa que tiene en la segunda planta de su casa a los amantes de las bolas y los tacos.

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Como norma. Nunca permite más de seis personas al mismo tiempo en su billar y ha establecido reglas muy estrictas para evitar problemas: No se pueden consumir drogas ni bebidas alcohólicas, se prohíbe gritar para no molestar a los vecinos y, como el juego es ilegal en Cuba, está, por supuesto, prohibido realizar apuestas.

La joven abre su billar a las 4:00 de la tarde todos los días a la semana y cierra a las 12:00 de la noche. Por tres horas de juego cobra 10.00 CUC lo que le brinda una entrada diaria de más de 50 CUC en los días más malos.

Su mesa, aunque es de buena calidad para los estándares de Cuba, dista de ser profesional. Se la fabricó un carpintero por 800 CUC y luego tuvo que invertir otros 200.00 en los paños, los tacos, las bolas y otros accesorios. Sin embargo, pronto su billar se volvió popular en el barrio y recuperó la inversión en pocos meses.

Para Heidy el billar es el negocio perfecto. Luego de la inversión inicial, sólo se le debe dar un poco de mantenimiento y cuenta con una clientela muy fiel, sobre todo entre los jóvenes de las cercanías que no cuentan con muchas opciones baratas de esparcimiento.

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Heidy opera su negocio con la licencia de “entrenador personal de deportes”. No parece lo más lógico cuando ella sólo alquila una mesa de billar, pero los funcionarios no saben en qué categoría ubicar a los que alquilan billares y entregan esa.

La pequeña empresaria es muy quisquillosa con su negocio, pues teme que ante cualquier problema que se forme en su local o el reclamo de algún vecino le puedan retirar la licencia.

Después de todo, los billares son negocios que están legalmente cogidos con pinzas y las autoridades cubanas no acaban de mirarlos con buenos ojos.