¿Cómo es vivir en Cuba sin recibir remesas desde Estados Unidos?

Redacción

Si se realizara una multitudinaria encuesta entre los cubanos de a pie, para conocer sobre sus prioridades, lo más seguro es que nueve de cada diez hablarían del tiempo y el dinero empleado en conseguir comida y lo caro que resulta vestirse.

A inicios de la década de 1990, el Gobierno cubano derogó discretamente la libreta de racionamiento de artículos industriales. Aquel documento, pese a ser criticado por muchos, al menos garantizaba a las familias pobres (la gran mayoría del país) un par de mudas de ropa interior, dos de vestir y un par de zapatos al año.

Para nadie es un secreto que se trataban de confecciones de bastante mala calidad y, para colmo, cuando se iba a una fiesta, a un restaurante, o al cine, casi todas las personas vestían de la misma forma. Cuba en aquel entonces era una especie de ejército gigante vestido de civil. Camisas a cuadros marca Yumurí, pantalones Jiquí y calzado de alguna fábrica del patio o procedentes de la Europa Comunista.

Gudelia, ama de casa y madre de cuatro hijos que ya son adultos, recuerda con mucha nostalgia aquellos tiempos en que todo era distinto…

“La lata de leche condensada constaba veinte centavos, cada dos semanas te daban media libra de carne de res por persona y nadie estaba en eso de andarse robando el queso crema o el yogurt que los repartidores dejaban afuera de la lechería”, recuerda.

Ella reconoce que la ropa que la calidad de la ropa y los zapatos no era la mejor, y que eran duros y feos. No obstante, cuenta que con lo que ganaba podía vestir y calzar a sus hijos.

“Parecíamos unos mamarrachos, pero ahora la cosa está mucho peor. Por la libreta solo se puede comprar 7 libras de arroz, 20 onzas de frijoles, una libra de pollo y un poco de picadillo de soya. La ropa y los zapatos es cierto que se venden de forma liberada, pero hay que aguantarse con los precios”, añade.

Muchos fueron los que vieron con buenos ojos la eliminación de aquella libreta y las restricciones que suponía a la hora de hacer las compras. No obstante, a día de hoy, no son pocos los que extrañan tener al menos garantizado un par de zapatos feos, antes que verse obligados a adquirirlos con los modestos salarios que perciben al trabajar para el Estado.

Un caso que pudiera servir de ejemplo es el de Jorge, quien es padre de dos hijos y vive junto a su esposa e hijos en la barriada de Santos Suárez. Se trata de un matrimonio de profesionales que sus salarios suman unos 2000 pesos al mes.

“Lo que llega por la libreta cuesta poco, pero apenas alcanza para unos días. La proteína, ya sea jamonada, pollo o picadillo de soya alcanza mucho menos. Cada mes tenemos que comprar pollo, pescado y carne de cerdo, que con eso solo ya se nos va prácticamente la mitad del salario. Cuando toca la parte de ir al agro a comprar viandas, vegetales y algunas frutas, todo se complejiza aún más por los altos precios. Con lo que va quedando hay que comprar jabón, detergente, champú y otros artículos indispensables de aseo. El resto del dinero es lo que nos alcanza por los pelos para pagar la corriente, el agua, el gas y las meriendas de los niños”, cuenta Jorge.

Al referirse al tema de la ropa y el calzado, no se esconde para reconocer:

“Ese es el gran problema en Cuba, o comes o te vistes. Nos vestimos de puro milagro, mayormente con ropa de uso que nos regalan los parientes y amistades. Cuando uno de los niños necesita zapatos no me queda de otra que robarme algo del trabajo. Así de simple. ¿Pasarse unos días en un hotel o ir a comer a una paladar? Ni jugando al taco…”.

Al igual que la gran mayoría de los cubanos, esta familia no recibe remesas del extranjero y tiene que sudar la gota gorda para estirar sus salarios de profesionales para llegar vivos a fin de mes. A ellos, las reformas económicas y las nuevas tiendas en dólares, le dan sencillamente lo mismo. ¿Para qué se van a machucar con eso? ¿Con qué cuenta la cucaracha?