Los “caminantes”, dos cubanos que luchan el plato de comida vendiendo cascos de toronjas por las calles

Redacción

Los caminantes, dos cubanos que luchan el plato de comida vendiendo cascos de toronjas por las calles

La necesidad agudiza el ingenio y en Cuba hay mucha necesidad. Por eso no sorprende ver a tantos y tantos cubanos buscarse la vida con las más raras iniciativa. Dos de ellos, los “Caminantes”, gastan las suelas de las botas desandando las ciudades del centro de la Isla para vender rosas. Pero no de las que crecen en los jardines, sino de cascos de toronja.

Cada una de las flores que llevan en sus manos tiene un valor de 20 pesos y tiene 32 pétalos.

Las amas de casa pagan gustosas por ellas, así que cada uno carga con unas 50 libras de cascos de toronja, además de un tanquecito con zumo de naranja que vende a 100.00 pesos el galón.

Su trabajo es sumamente agotador, pues para venderlo todo en Santa Clara, Sancti Spíritus o Cienfuegos (su puesto de mando) deben caminar muchísimo.

Lo único bueno, además del dinero que ganan, es que la carga se va aligerando por el camino.

Cada una de las flores que llevan en sus manos tiene un valor de 20 pesos y tiene 32 pétalos.

En una semana llegan a ganar 1 500 pesos, diez veces lo que ingresarían si trabajaran para el Estado. Con ese trabajo pueden descansar cuando mejor les parezca y manejar sus propios horarios sin que nadie les esté exigiendo por un salario de 600 pesos al mes.

El único problema, como el de casi todos los vendedores ambulantes y buscavidas en Cuba es la policía.

Aunque tienen patente, afirman que estos son muy “jodedores” y que los multan por cualquier cosa: por higiene, por dónde están vendiendo y por cualquier cosa que se les ocurra…

Lo otro que a veces se les dificulta es la mercancía. Hubo una época en que los cubanos usaban las toronjas hasta para empanizarlas y hacer bistec; pero en las últimas décadas los cítricos han desaparecido.

Su trabajo es sumamente agotador, pues para venderlo todo deben caminar muchísimo.

Ahora se pueden vender a altos precios, pero también es dificilísimos encontrarlos.

Ellos encuentran los suyos en una antigua plantación estatal abandonada en un cayo de monte que está casi silvestre.

Allí llegan con sus sacos recogen la fruta y se la llevan a sus casas donde la preparan para la venta.

Cada vez que alguien les pregunta el lugar dónde se encuentra la plantación se niegan a decirlo… para competencia ya tienen a la policía.