La Unión, de lujoso hotel en La Habana ha convertirse en un solar gigante lleno de cuartuchos

Redacción

La Unión, de lujoso hotel en La Habana ha convertirse en un solar gigante lleno de cuartuchos

Anda una y otra vez, y otra vez. La Habana Vieja es un reino de andares, de trotes, de adoquines y balcones, de edificios clásicos y modernos, de rones y tabacos, de un “buenos días” y un “qué bolá”. La calle Cuba es bien recorrida por mis neuronas, ya es costumbre divisarme llegando por el parquecito de la Calle Amargura y entrar a la actual sede de la Academia de Ciencias de Cuba, actual y primera, pero no única. Antiguamente se llamó Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, instalada en este local desde 1867, y el 19 de mayo de 1874 se inauguró allí el Museo de Historia Natural y Biblioteca, antecedente directo del museo actual.

Mil momentos me sitúan transitando esa calle, sí, calle arriba y calle abajo, y nunca habría reparado en los tesoros que coleccionaba esa intersección, Cuba y Amargura justamente, de no ser por un día de milagrosa labor del transporte público y, por consiguiente, larga y agonizante espera al sol por arribar demasiado temprano. ¿Quién lo diría?

De pronto reparo en la singular iglesia de la esquina, la Iglesia de San Francisco, anteriormente de San Agustín, con su tarja y su portón. Está, además, el majestuoso edificio Barraqué, construido entre 1918 y 1919 por el ilustre abogado y notario de la época Jesús M. Barraqué, con la meta de rentar sus pisos para oficinas, incluyendo algunas para su propio bufete. Reconocidas instituciones bancarias allí se instalaron y luego fue alquilado por completo para Renta de Lotería. ¿Quién lo hubiera pensado?

Hotel La Unión y Edificio Barraque

El parque donde hacía tiempo usualmente resultó ser un solar rehabilitado y, antes de esto, una gran residencia colonial que sucumbió al paso del tiempo, del clima y de la irresponsabilidad del hombre. Ahora es llamado parque Carlos J. Finlay, en honor al insigne científico y, afortunadamente, este detalle sí lo sabía.

Noto de repente una edificación demacrada y tímida, tal vez distante, distante en espíritu. Fue el reconocido Hotel La Unión en sus días mozos, uno de los más grandes y prestigiosos alojamientos de la República. Uno de los más arcaicos, en el buen sentido, del país, fundado en 1846. En 1911 fue totalmente reconstruido y adaptado a las exigencias de la modernidad de principios del siglo XX. Para ello se levantó un extravagante edificio de cinco pisos, de cemento armado, afiliado a los estándares más alzados del eclecticismo. Entonces era el número 55 de la calle Cuba, propiedad de los señores Francisco Suárez y Compañía, y gestionado por Don Fernando Fernández.

Interior de una habitación del Hotel La Unión en 1916

Construyó la esquina en chaflán para dar mayor amplitud a las aceras y jerarquizar la entrada del hotel, contaba con un servicio constante de elevadores, se acogía a los planes del turismo europeo y americano, se hablaba en español, inglés y francés, con 120 habitaciones colmadas de puro lujo y confort. Tenía completa instalación eléctrica, timbres en todas las habitaciones, teléfonos en cada una de ellas y servicios sanitarios. Además, eran notables la higiene y limpieza del hotel. Asimismo, un trato personalizado y atento, siendo un establecimiento de inigualable respeto por ese rasgo. En un amplio y cómodo salón de la planta baja se ubicaba el restaurante, provisto de ventiladores y con gran popularidad por sus comidas exquisitas y abundantes. La cantina y el café junto a él, surtidos con los mejores vinos, tabacos y cigarros de las marcas más acreditadas.

Federico García Lorca, célebre andaluz, llegó a La Habana el 7 de marzo de 1930 y allí se hospedó por tres meses, otra joyita más para el tesoro patrimonial que constituye este lugar.

Restaurante principal del Hotel La Unión en 1916

Hoy inexistente como hotel, La Unión evoca aún pasajes de humos y vitrales, de tocados y bigotes, de columnas Art-Decó y lienzos perfilados. Ahora casi se divisa por sus pasillos al “botones” cargado con mil valijas y a distinguidos personajes de chaqué. Aún sin su esplendor de antaño, La Unión emana aires de pulcritud, modernidad y elegancia. Definitivamente, su carisma, añejo pero imperecedero, llama al visitante y al curioso. Es ahora un edificio multifamiliar, pero nunca se deshará del glamour que un día derrochó. Lo que yo no recordaba, lo que yo no notaba ni pretendía notar, resultó ser un pequeño hilo del que tirar, otra reliquia de estos caminos, los de La Habana Vieja, los de La Habana. ¿Qué hubiera sido de mi ignorancia si aquel día no hubiera funcionado bien el transporte?