La historia de Carlos, de guajiro en Ciego de Ávila a gigoló de lujo en La Habana

Redacción

La historia de Carlos, de guajiro en Ciego de Ávila a gigoló de lujo en La Habana

Al mirarlo se puede apreciar que no se parece en lo absoluto al futbolista inglés David Beckham, sino que más bien se da un aire al actor español Antonio Banderas. Este cubano de unos veintitantos años, llamado Carlos y oriundo de un caserío del central azucarero Venezuela, en la provincia de Ciego de Ávila, es lo que se dice “todo un personaje”.

Le gusta lucir vaqueros Guess bien ajustados, con un ancho cinturón en el que resalta una hebilla con un águila imperial, y pulóveres bien apretados para que resalten sus trabajados bíceps de gimnasio. Más que su cuerpo, lo que le gusta que se le marque es su “abultado paquete”.

Para completar su atuendo de chulo de barrio, no le falta su dentadura de oro, un par de cadenas y un manillón de casi un dedo de grosor. Todo, por supuesto, de oro de 18 quilates. El pelo negro y brillante por el gel, así como una sonrisa de oreja a oreja, son parte del sello que distingue a este “chico de oro”.

Y vaya que ha tenido éxito. Desde hace algunos años que vive en La Habana, aunque ya no lo hace en el cuartucho que rentaba junto a un amigo por 40 cuc mensuales en el barrio de San Leopoldo, ya eso ha quedado atrás.

“Mi novia es una modelo cubana que vive en Italia y que está casada con un hombre al que le sobran los euros. Ella vive para mí. Todos los meses me manda entre 800 y 1000 euros y cuando viene de vacaciones nos la pasamos por todo lo alto en hoteles lujosos y bares de moda. Le compró una casa a mis padres en Ciego de Ávila y hace algún tiempo una a mí en Nuevo Vedado. También gracias a ella tengo un auto y una computadora de las últimas. No me puedo quejar para nada de ella”, cuenta Carlos.

Este joven no se clasifica a sí mismo como el típico “pinguero”, como se le suele llamar en la Isla a quienes venden su miembro tanto a hombres como mujeres. Cuando comenzó en el “negocio” no era más que un guajirito que había llegado a la capital con el “aquello grande”, pero pronto se dio cuenta que atraía tanto a hombres como mujeres.

“Tuve que morder con unas cuantas mujeres mayores por 30 CUC y no fueron pocas las veces en que algún vejete me la chupaba por 10 CUC”, recuerda.

Aquellos años de sexo mal pagado llegaron a su fin para Carlos. En la actualidad, varios homosexuales españoles cuando se regresan a su tierra, hablan entre copas de las cualidades de este gigoló cubano, al punto que sus amigos cuando planifican vacaciones a la Isla no dejan pasar la oportunidad de darse un saltito a La Habana a conocerlo y disfrutar con sus propios ojos de este tipazo. Agraciado como el mismísimo Antonio Banderas, pero dotado como un actor de películas XXX.

De más está decir que también se dan una vuelta por Nuevo Vedado algunas chicas de Alcobendas o Milán y ancianas de Ginebra o Londres.

“Yo me considero un profesional en lo que hago. Ahora no cobro menos de 120 euros la noche y estoy considerando la idea de cobrar por horas, como todo un gigoló de verdad”, confiesa.

“En Cuba no son pocos los riesgos que se corren para quienes vivimos de nuestro cuerpo. Al ser una profesión ilegal, si la policía llega a atraparme voy directo a la cárcel por cinco años. Lo más triste de todo es que en prisión, como yo no soy valiente, de seguro seré la chica de cuantos bugarrones se le antoje”, comenta riendo.

Para Carlos, sus horas en Cuba están contadas.

“Cierta vez leí que durante los años 50 había un club en La Habana en que un negro mostraba su verga de 30 cm y era muy famoso su espectáculo. Yo me la medí y ando cerca. Cuando llegue a Europa tengo pensado montar mi propio espectáculo”.

Su meta ya la visualiza entre euros y aplausos luego de la actuación en centros nocturnos y una larga fila de chicas haciéndole propuestas al chico cubano que se parece a Antonio Banderas. “Pero mejor dotado que el actor español”, dice entre risas.