La misteriosa y desconocida historia de cómo la Coca Cola regresó a Cuba después de décadas de ser prohibida por Fidel Castro

Julio César

La misteriosa y desconocida historia de cómo la Coca Cola regresó a Cuba después de décadas de ser prohibida por Fidel Castro

El cubano Roberto Goizueta (nacido en La Habana en noviembre de 1931 y fallecido en Atlanta, Georgia, en octubre de 1997) fue el mayor responsable de que Coca-Cola, una de las marcas más importantes de la historia del mundo moderno, haya alcanzado el esplendor con el que se le reconoce en la actualidad.

Goizueta comenzó siendo vendedor de la compañía en la occidental provincia de Pinar del Río en la década de 1950, cuando aún poseía grandes recursos y activos en la isla caribeña. Terminó desempeñándose como su director general (CEO), siendo impulsor de las directivas que convirtieron a Coca-Cola en el refresco más consumido del mundo.

Con el triunfo de la Revolución en 1959, la empresa se vio obligada a abandonar la isla y sus embotelladoras fueron nacionalizadas, por lo que la familia Goizueta también huyó del país.

El sector turístico cubano desapareció en ese año y no fue hasta finales de 1979 que comenzó nuevamente a abrirse para los visitantes occidentales, cuando empresas como Transtur iniciaron sus recibimientos a grupos provenientes de países capitalistas, tomando como centro de operaciones al Hotel Habana Libre.

Fue entonces a principios de los años 80 que la máquina expendedora de refrescos del lobby de la capitalina instalación turística comenzó a vender latas de Coca-Cola a 25 centavos Intur (pseudo-divisa de antaño), y el producto se volvió rápidamente popular.

Las colas aumentaron semanas después y el motivo fue bien sabido. Al parecer, alguien en el Habana Libre decidió usar la máquina para vender cerveza de lata y las personas descubrieron que la moneda de 25 centavos Intur tenía el mismo diámetro de la peseta cubana, por lo que el breve período en que perduró la oferta de cerveza, en una época donde el líquido dorado era difícil de encontrar, los “curdas” con los bolsillos llenos de monedas de 20 centavos encontraron su guarida.

Luego de unos días, las latas de Coca-Cola embotelladas en Holanda empezaron a ser avistadas en las tiendas de los hoteles que comercializaban sus productos en dólares; el origen y el motivo, sin embargo, eran de desconocimiento popular, algo raro en un país donde el chisme mueve montañas.

Goizueta se planteó retornar el refresco a la isla, encontrándose enfermo de una dolencia complicada, pero el Departamento del Tesoro no se le permitió debido a las restricciones del embargo económico. Cuba hizo una versión doméstica del refresco conocida como Ironbeer, que se comercializaba a lo interno, pero no era en realidad una “cola”.

Entonces, Goizueta fue a dialogar con el presidente Ronald Reagan, al frente de la Casa Blanca en esa época, en aras de persuadirlo a realizar una decisión política a favor de permitirle que el empresario instalara una embotelladora en la isla, y lp consiguió. Las latas de Coca-Cola aparecieron poco tiempo después en los circuitos turísticos cubanos, en competencia con la versión nacional, Tropicola.

La importación desde Europa al Caribe era muy costosa, y solo se mantuvo por el amor de Goizueta al producto, a excepción del tiempo en que suspendió la producción. Se reanudó una vez que se instaló una embotelladora en el estado mexicano de Quintana Roo, cercano a la provincia cubana de Pinar del Río.

Desde ese momento, funcionó así, y el producto resulta muy popular para todos los extranjeros que pasan por la isla, quienes, por supuesto, no deben saber que lo consumen gracias al amor de un cubano hacia un refresco símbolo de la Guerra Fría.