Oshin, la serie de televisión japonesa que puso a llorar a Cuba

Redacción

Oshin, la serie de televisión japonesa que puso a llorar a Cuba

A los cubanos nos encantan las telenovelas. Lo mismo si son hechas en el patio o si se trata de producciones de países como Colombia o Brasil. Sin embargo, fue una novela japonesa la que puso a llorar a Cuba entera desde sus primeros episodios: Oshin.

Esta teleserie japonesa fue transmitida por Cubavisión en el año 1990.  Estuvo producida por la cadena de televisión pública NHK y se estrenó en Japón en 1983. Tuvo 297 episodios de 15 minutos cada uno y se transmitió durante un año.

La teleserie narraba la historia de una mujer nacida en la era Meiji, pero no precisamente en los palacios del emperador, sino en una humilde morada rural.

Oshin en la infancia

La historia se basa en la vida de Katsu Wada, madre del empresario japonés Kazuo Wada, fundador de la cadena de supermercados Yaohan.

La serie comienza con la desaparición de una empresaria de 83 años que incumple con un importante acto público organizado por su familia. Se ausenta de la inauguración de uno de los supermercados que regentan y esto causa gran confusión para sus allegados.

Uno de sus nietos se dispone a encontrar a la abuela. Una vez están juntos emprenden el viaje de regreso a casa y durante el camino Oshin comienza a contar sus recuerdos de vida a partir de los 7 años.

Estuvo producida por la cadena de televisión pública NHK y se estrenó en Japón en 1983

Su mayor legado quizás sea la enseñanza de nunca rendirse para alcanzar un sueño, el ser honrado y trabajar hasta el cansancio, incluso cuando pueda parecer que la vida no tiene sentido.

La serie tuvo una gran aceptación en los 67 países en que fue transmitida. Su nombre, fue adaptado posteriormente para cosas tan variadas como una línea de cruceros, una dieta de base de arroz, el seudónimo de un deportista, o la forma de llamar a las empleadas domésticas.

Por sobre todas las cosas, en Oshin hay un canto a la supervivencia. Para no pocos, esta fue la manera que encontró Japón, un país con una de las tasas de suicidio más altas del mundo, de hacer un llamado a luchar por los bienes más preciados que atesorarnos: la familia y la vida.