Boca del Yumurí, un pueblo cubano junto al mar en el que tiempo se detuvo

Redacción

Boca del Yumurí, un pueblo cubano junto al mar en el que tiempo se detuvo

Boca del Yumurí es un hermoso pueblo ubicado en el guantanamero municipio de Baracoa. Quienes viven allí o lo han visitado alguna vez aseguran que es un sitio un sitio sin igual en Cuba. Las casas al borde de la costa, las mujeres, los turistas, y los domingos, todo es digno de apreciar en este pueblo.

Según se dice, en Boca del Yumurí se sale de pesca cuando es temporada, aunque cuando se acaba la temporada, igual se sigue practicando. Quienes viven allí son pescadores desde que llegaron al mundo prácticamente y, como el pueblo tiene solamente unos 500 habitantes, todos se conocen o tienen algún grado de parentesco.

Resulta imposible que Boca del Yumurí no cautive a sus visitantes. Los turistas que llegan a Baracoa hacen casi siempre una parada allí. Cuando no está buena la pesa, el trabajo se centra en la tierra. Si los visitantes foráneos quieren polímitas, se les consigue polímitas, y si quieren comida, allí hay casi cualquier cosa que pueda ocurrírseles. Algunos turistas van con la idea de dar un paseo por el río Yumurí, por lo que los pobladores siempre están prestos a chamusquear algunas frases en inglés y montarlos en un bote.

Cuentan los pobladores que la mayoría de los turistas van buscando mujeres hermosas, atraídos por el aquello que en Cuba las mujeres son muy bellas. Si quieren conocer a una mujer de tez quemada se van a oriente, pero cuando escuchan que hay un lugar en específico en el que todo sucede con discreción, entonces enfilan sus pasos a Boca del Yumurí.

Los hombres nunca aceptarán que digan que sus mujeres se van con turistas. Les tocan hasta la última fibra de su masculinidad, su hombría, su orgullo. Sus mujeres son suyas y los celos han provocado varios altercados importantes porque a sus mujeres hay que respetarlas.

Para muchos, el mayor acontecimiento fuera del mar que ocurre en el pueblo son las peleas de gallos de los domingos. Quienes gustan de presenciar este tipo de “espectáculos” se van a lo más intrincado del monte a dar rienda suelta a su hobby.

Para las peleas de gallos es requisito que los contrincantes hayan alcanzado al menos 4 libras de peso. Luego de prepararlos y entrenarlos, los ponen a pelear. Al final hay uno que lleva la victoria a su dueño que tanto lo cuidó y mientras esto se desarrolla, las mujeres esperan a ser elegidas por los hombres (cada quien sabe para qué) y el que las acompaña, el hombre que las conduce y las vigila y acuerda el precio y el lugar, también coge su comisión. Todo esto muy cautelosamente; y así terminan en el pueblo los domingos, días en que nada importante parece transcurrir.

Cada domingo los esposos se levantan bien temprano y les dicen a sus mujeres que se van a la valla con sus amigos y que la pelea estará tan buena que no se la perderán por nada del mundo. Con ese cuento, pasan los años en el pueblo y siguen semana tras semana haciendo lo mismo.

Los restantes días de la semana transcurren con aparente calma junto al mar. Algunos días buscan polímitas, otros se dedican a venderlas a los turistas, les ofrecen agua de coco y paseos en bote o los invitan a comer en casas particulares en las que se cocina como en ningún otro sitio del país. Y el domingo… pues ya todos saben lo que sucede el domingo mientras los gallos se caen a picotazos.