Rosie Ruiz, la deportista cubana recordada por realizar una de las trampas más sonadas en la historia del deporte moderno

Redacción

La atleta cubana Rosie Ruiz dejó a todos perplejos después de ganar el maratón de Boston con la tercera mejor marca femenina de la historia. Todos la aplaudían de pie, asombrados, incrédulos. No solo había finalizado la prueba a apenas cuatro minutos del récord del mundo, sino que había rebajado en más de 25 la marca obtenida seis meses antes en el maratón de Nueva York.

Sin embargo, este excepcional registro invitaba a desconfiar de la hasta entonces desconocida competidora. Y pronto la verdad salió a la luz para dejar en claro que no todos los deportistas se destacan por flamear bien alto la bandera del fair play.

El 21 de abril de 1980, Rosie Ruiz, una corredora de 27 años oriunda de Cuba y de casi nulos antecedentes deportivos, ganó la medalla de oro en una de las carreras más famosas del mundo con un tiempo de 2:31:56, la más rápida de la historia de la competición en la ciudad estadounidense.

La historia de Ruiz contaba con todos los condimentos para fascinar a los amantes del atletismo. Una mujer de origen humilde cuya cara no es reconocida, sin tener muy en claro los términos de la propia disciplina, que como extranjera en EE.UU. irrumpe en un mundo que eleva a los triunfadores.

La mejora de 25 minutos en comparación a su tiempo en la prueba de Nueva York, su anterior carrera y la que le valió su clasificación a Boston, era verdaderamente llamativo e inusual.

Pero había algo en especial que encendió las alertas de sus colegas: la condición física en que terminó la competencia lejos estaba de la que suelen exhibir quienes corrieron 42 kilómetros.

El primero en sospechar fue Bill Rodgers, ganador de la prueba en la categoría masculina. Le extrañó sobremanera verla llegar a la rueda de prensa sin señales de sudor y respirando con normalidad, mientras él todavía estaba exhausto. Por otra parte, ningún otro participante recordaba haber corrido junto a la atleta que llevaba el dorsal W50.

“Esta mañana me levanté con mucha energía”, se limitó a responder la competidora nacida en La Habana ante la inocente pregunta sobre por qué se veía tan entera y no agitada y jadeando como el resto.

Tras recavar todo tipo de pruebas, los resultados de la investigación fueron tan sorprendentes como contundentes para Ruiz.

La fotógrafa Susan Morrow testificó haberse encontrado con Ruiz en el metro de la ciudad de Nueva York y acompañado hasta las inmediaciones de la carrera. Y que la atleta logró reinsertarse en la prueba faltando algunos metros para la meta, aprovechando que los espectadores eufóricos tenían su atención puesta en lo que sucedía en el corredor.

Este “exitoso” modus operandi habría sido el mismo que aplicó en Boston tiempo después: dos estudiantes de la Universidad de Harvard afirmaron haberla visto ingresar a la pista desde el público cerca de Kenmore Square, a 1,6 kilómetros de la línea de llegada. ¿El plan más imperfecto del planeta? ¿Pensó que nadie lo notaría? ¿No estaba al tanto de los controles parciales ni de la existencia de los videos?

Ocho días luego de su victoria, Ruiz fue despojada de sus triunfos en Nueva York y Boston.

Tras la aparición de abrumadoras pruebas que corroboraban la verdad, su genial triunfo en Nueva York se convirtió en un enorme fraude. Ruiz fue descalificada y su participación en Boston anulada. El triunfo entonces pasó a ser de Jacqueline Gareau con 2:34:28.

La medalla de oro se mantuvo en poder de Rosie apenas 8 días, tiempo suficiente para transformarse en una celebridad efímera. De todas maneras, en un principio se negó a devolver la presea; nunca admitió haber hecho trampa.

Vida desconocida, cáncer y final

Nacida el 21 de junio de 1953 en La Habana, Cuba, Rosie llegó a los Estados Unidos cuando tenía 8 años. Fue separada de su madre y vivía con primos, tías y tíos en Hollywood, Florida. Estudió y se convirtió en profesora de piano en 1972, y años más tarde obtuvo su Licenciatura en Música de Wayne State College en Nebraska.

Se mudó a la Gran Manzana en 1977. Le encantaba todo sobre Nueva York, especialmente el ritmo vertiginoso de la vida en la ciudad. Pronto llegaría su bochornosa fama efímera con los maratones, que la impulsarían a regresar a Florida, donde pasó el resto de su vida.

La mayor parte de los años la encontró trabajando para Laboratory Corporation of America, como responsable de reclutar nuevas cuentas para la empresa y mantener las cuentas. Pero también se desempeñó en Better Business Bureau y hasta fue agente de la propiedad inmobiliaria y notaria pública.

Rosie conoció al amor de su vida en 1988 en la fiesta de un amigo. Estuvieron juntos durante 26 años, y de hecho ella jugó un papel importante en ayudar a criar a sus tres maravillosos hijos.

El 8 de julio de 2019, a los 66 años, Rosie murió en Florida, después de luchar durante una década contra un cáncer. Su muerte fue dada a conocer por un periodista, quien la identificó en una web de obituarios, donde figuraba con el nombre de Rosie M. Vivas.

Allí, en esas líneas para recordarla, describen la vida que pocos conocieron de la mujer. No la del mayor fraude del atletismo. Por eso no extraña la frase: “Nunca te olvides de luchar sin importar lo que la vida te depare”.