En Cuba hay caras que uno ve tanto, que ya forman parte del paisaje. Roberto Morales Ojeda es una de esas figuras que aparece en todas partes: en las tribunas, en las visitas a fábricas muertas, en los actos oficiales donde se repiten promesas como si fueran canciones pegadas. Siempre al lado del actual presidente, como un sombra bien entrenada. A veces lo secunda, otras lo sustituye con el mismo discurso reciclado. Y no es casualidad.
Este médico, nacido en 1967, ha subido cada escalón del aparato comunista con la paciencia de quien sabe que la obediencia es su mejor arma. Desde sus tiempos como dirigente en Cienfuegos, pasando por el Ministerio de Salud Pública entre 2010 y 2018, hasta llegar al cargo actual como Secretario de Organización del Comité Central del PCC, ha demostrado que el liderazgo no es su fuerte… pero la lealtad, sí.
Hoy por hoy, se habla de él como el posible heredero de Díaz-Canel, aunque nadie lo diga abiertamente. Lo empujan poco a poco, sin nombrarlo del todo, como quien tira indirectas en vez de lanzar un anuncio. Y si uno se fija, el sistema lo está acomodando para lo que viene.
La Constitución cubana, en su versión de 2019, establece un rango de edad para ser presidente: entre 35 y 60 años al arrancar el mandato. Morales Ojeda sopla las 61 velitas en junio de 2028. Pero si la Asamblea Nacional se apura y elige al nuevo presidente en abril —cuando se cumplen cinco años del actual período— él todavía entra por la puerta, aunque sea por el marco. O sea, tiene chance.
Ahora bien, más allá del tecnicismo legal, la verdadera pregunta es otra: ¿hay alguien más? ¿Queda algún líder con cara y alma de futuro? La respuesta corta: no. Lo que hay es un partido cerrado con llave, sin renovación, sin confianza, donde nadie se arriesga a pensar diferente. No hay figuras frescas, ni discurso que entusiasme. Solo quedan cuadros reciclados que saben mantenerse a flote, pero no a avanzar.
Y eso es lo que representa Morales Ojeda: no un cambio, sino la copia exacta del mismo molde. Si llegara al poder, no traería aire nuevo ni visión de futuro. Sería más de lo mismo, pero con otra cara. Un burócrata más, sin pueblo detrás, sin carisma, pero con todos los sellos de aprobación del núcleo duro del poder. Una prolongación, no una solución.
Todo esto en un momento especialmente crítico para el país. La realidad que enfrenta Cuba es asfixiante: apagones diarios, falta de comida, transporte colapsado, una migración que vacía barrios enteros, y una represión que se intensifica a medida que crece el descontento. El país se desmorona, y el régimen, en vez de corregir el rumbo, sigue aferrado al timón aunque ya no haya barco.
La gestión de Díaz-Canel ha sido un desastre monumental. Ha aislado aún más a Cuba del mundo, ha pisoteado los derechos básicos, y ha empujado a cientos de miles al exilio. En lugar de salvar lo que quedaba, profundizó el derrumbe. Pero en el sistema cubano, lo que cuenta no es si resuelves algo, sino si eres fiel hasta la médula. Y en eso, Morales Ojeda parece tener matrícula de honor.
Los históricos del castrismo están, poco a poco, saliendo de escena por ley natural. Se acerca la hora en que el relevo será obligatorio. Pero la gran pregunta no es quién viene, sino qué va a sostener. Porque lo que queda no es un proyecto político, ni un ideal, ni una meta común. Es un cascarón vacío, una estructura que sobrevive sin alma y sin pueblo.
