Más de 36 familias cubanas —niños chiquitos, abuelos y hasta personas con enfermedades crónicas— llevan días enteros tirados a la buena de Dios, sin techo, luego de que un incendio redujera a cenizas parte del Edificio Hines, en plena Avenida del Puerto, allá en La Habana Vieja.
La desgracia se desató en la madrugada del 30 de mayo de 2025, y según vecinos que hablaron con Martí Noticias, el edificio hacía las veces de albergue transitorio hacía más de nueve años, aunque en la práctica era casi una trampa mortal. Las instalaciones eléctricas estaban tan malas que habían sido denunciadas una y otra vez, pero ya sabemos cómo es la cosa: ni caso le hicieron los mandamases.
La activista Idelisa Diasniurka Salcedo Verdecia, que anda pendiente de todo esto y no se calla ni un tantico, ha contado en redes sociales que, tras el incendio, los damnificados acabaron en el parqueo de la Feria de San José, pegadito al edificio quemado. Allí, sin nada que se parezca a un techo o un cuarto decente, malviven sin agua, sin corriente y sin un médico que los atienda. Como ella misma soltó: “Lo único que les dieron fue un pan y dos cucharadas de comida”. Tremenda vergüenza.
Y para más cuento, por allí pululan los funcionarios del Partido Comunista de Cuba (PCC), con su guayabera impecable, pero la solución concreta… bien gracias. Salcedo Verdecia también ha denunciado que les han prohibido grabar videos o tomar fotos, porque parece que no quieren que el mundo vea la miseria en la que están metidos.
No es la primera vez que los vecinos del Edificio Hines levantan la voz. A principios de 2024, ya habían sido los protagonistas de una serie audiovisual donde contaron con pelos y señales las calamidades que aguantaban: hacinamiento, moho, suciedad y un olvido tan grande que hasta la dignidad se les escapa por las grietas.
Todo esto pinta clarito lo que está pasando en Cuba: una crisis de vivienda que no da tregua. Mientras miles de familias tienen que apiñarse en ruinas o albergues improvisados, el Estado sigue en su empeño de levantar hoteles de lujo que al final están vacíos, sin un turista que los estrene y sin devolver ni un quilo de las millonadas invertidas.
Ya pasaron más de tres días desde que se prendió fuego aquel edificio, y todavía no hay una respuesta clara para esas familias que se aferran a la vida en medio de la nada. Allí siguen, durmiendo a la intemperie, con la incertidumbre como único techo y el abandono institucional como único acompañante.