El designado del castrismo, Miguel Díaz-Canel, volvió a calzarse su disfraz de «presidente en gira» este fin de semana, dejando La Habana para posar en Camagüey, una provincia golpeada por la crisis como tantas otras. Pero más allá de la parafernalia, los discursos y los flashes para la prensa oficialista, la realidad fue la protagonista que no pudieron esconder ni con toda su comparsa de escoltas y burócratas comunistas.
La parada de turno fue en la fábrica de quesos Taíno, en el municipio de Guáimaro, motor económico de la zona y responsable de más del 40% de la actividad productiva del territorio. Allí, los directivos soltaron la verdad sin adornos: la planta solo puede operar cuatro horas al día por culpa de los apagones. El resto del tiempo, 20 horas completas, los vecinos y los trabajadores se las arreglan como pueden, entre cortes de luz, calores insoportables y una producción estancada.
«Solo podemos producir durante las pocas horas que hay corriente», reconocieron los encargados de la fábrica, dejando en evidencia el colapso energético que azota a Cuba de oriente a occidente.
Pero el show no terminó ahí. La comitiva también hizo parada en la fábrica de Sibanicú, donde el panorama es igual o peor. Producción por el piso, leche que no llega, electricidad ausente y planes de acopio que no se cumplen ni en los papeles del noticiero. Todo esto revela lo que ya el pueblo sabe: la cadena productiva está rota, oxidada, y sin solución a la vista.
En medio del desastre, Díaz-Canel, sin pizca de vergüenza, volvió a tirar su disco rayado de siempre: “hay que hacer más con menos” y “resistir”, como si la gente no estuviera ya agotada de tanta resistencia vacía, con la nevera pelada y el estómago reclamando.
En el ámbito agrícola, los campesinos de Camagüey tampoco escapan de la tormenta. Los cultivos de tabaco están en crisis, los recursos no alcanzan ni para cubrir lo básico, y la ejecución de los planes productivos se tambalea por la falta de combustible, insumos y voluntad política real.
La supuesta gira para levantar ánimos terminó siendo un retrato más del fracaso del modelo comunista cubano, ese que lleva décadas prometiendo prosperidad y solo reparte miseria. Díaz-Canel puede seguir recorriendo provincias con su caravana blindada, pero la gente en la calle sabe la verdad: no hay comida, no hay luz, no hay rumbo.
Mientras tanto, el régimen pide sacrificios a un pueblo ya exprimido, mientras sus dirigentes viven a cuerpo de rey, viajando con aire acondicionado y comiendo en hoteles donde no falta nada, ni siquiera el cinismo.
Camagüey, como toda Cuba, no necesita más visitas propagandísticas ni frases vacías. Necesita libertad, honestidad y un gobierno que deje de asfixiar al pueblo en nombre de una revolución que hace rato perdió el sentido.
