Las autoridades de Santiago de Cuba anunciaron con bombo y platillo el inicio de la entrega de productos de la canasta familiar y dietas especiales, supuestamente para “priorizar” a los grupos más vulnerables tras el paso devastador del huracán Melissa. Sin embargo, lo que se está repartiendo no alcanza ni para una comida decente.
Según la publicación del medio oficialista TV Santiago, la distribución se realiza “por bodegas y puntos de venta estatales”, a medida que los productos llegan. En otras palabras, un sistema de reparto caótico y burocrático, donde lo que importa no es el hambre del pueblo, sino la propaganda del régimen.
Hasta el momento, las autoridades aseguran haber entregado leche para embarazadas y niños pequeños, además de algo de pollo y picadillo para gestantes, menores de 13 años y ancianos. También prometen una “segunda etapa” con aceite y granos. Promesas que, como de costumbre, suenan a humo en un país donde el plato vacío se volvió rutina.
El discurso oficial insiste en que “garantizar el acceso a los alimentos es prioridad”, pero los santiagueros viven una realidad muy distinta. En los barrios más golpeados, la escasez es brutal. Conseguir comida se ha vuelto una odisea y la mayoría de las tiendas en MLC o USD siguen cerradas por falta de electricidad y conexión.
Las imágenes que llegan desde las calles hablan por sí solas: no hay frutas, ni vegetales, ni carne en condiciones de consumo. Los pocos productos cárnicos que quedan corren riesgo de estar echados a perder tras una semana sin refrigeración. La gente cocina con leña, improvisa, se las ingenia, mientras el régimen sigue “planificando” cómo repartir la miseria.
La respuesta estatal ha sido ineficaz y tardía, incluso comparada con otros desastres anteriores. Muchos recuerdan cómo tras el paso del huracán Sandy en 2012, al menos se habilitó la venta inmediata de alimentos básicos. Hoy, en cambio, no hay ni comida ni opciones, solo excusas oficiales y largas colas para recibir un pedazo de picadillo o una lata de sardinas.
Y no es que sorprenda. Antes de Melissa, el régimen ya había mostrado su idea de “asistencia” en el municipio Mella, donde repartió un módulo alimenticio que incluía una cajetilla de cigarros, una lata de sardinas, un paquete de espaguetis y una bolsa de arroz. Una burla disfrazada de ayuda humanitaria.
Ahora, en Las Tunas, la historia se repite. El Grupo Empresarial de Comercio informó que comenzó la “distribución” de una libra de pollo por persona, solo para niños, embarazadas y mayores de 65 años. Todo eso bajo el eslogan de “acciones de recuperación”.
Mientras el pueblo hace milagros para sobrevivir, el gobierno celebra su propia “eficiencia”. Pero la verdad es otra: Santiago de Cuba sigue a oscuras, con hambre y sin esperanza. El régimen, una vez más, reparte migajas y las llama justicia social, mientras la gente lucha por un simple plato de comida en medio del desastre.







